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Bolívar en el nacionalismo peninsular

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Bolívar en el nacionalismo peninsular

La recepción de la figura de Bolívar en el nacionalismo peninsular

Alejandro Perdomo
Oct 9, 2022
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Bolívar en el nacionalismo peninsular

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Bolívar, como mito e imaginario nacional, fue el vínculo entre el nacionalismo español y el nacionalismo de las repúblicas hispanoamericanas. El nacionalismo español no es unívoco, es complejo; viene desarrollándose desde la desintegración imperial y la muerte de Fernando VII. El canovismo es una de las primeras fuerzas que busca sustentar un nacionalismo peninsular que si bien ya no es un Imperio, en cuanto forma política, todavía bosqueja algo de la visión imperial. Esta idea imperial de España será regla en la restauración borbónica, en la dictadura de Primo de Rivera y en el franquismo. Será también anhelada por la Falange y un sinfín de movimientos de arraigo tradicional. Durante el «Principado» del general Franco, primus inter pares y Caudillo de España, la explotación del ideal bolivariano fue útil para un «hispanismo» renovado, desde la perspectiva de los Estados nacionales pero aquí no acaba la relación entre Bolívar y la España nacionalista, que ha abandonado su visión imperial.

Nos planteamos aquí reconstruir la línea de desarrollo del nacionalismo peninsular y su relación con el ideal bolivariano. Esta línea de desarrollo va dirigiéndose a lograr la revindicación de todos los personajes de la raza española, incluso próceres criollos, para elevar a una España menor, exclusivamente peninsular, a hegemón cultural y espiritual. El franquismo, del que hablaremos un poco más, demuestra absorber el ideal bolivariano y la figura de Bolívar como lo hispánico, al punto de haber muchos elementos bolivarianos en el modelo franquista.

Bolívar como puente entre la península y las Américas

Inicialmente hay una lucha entre la península y las Américas por la explotación de la imagen de Bolívar, en el sentido de que Bolívar servía para los Estados iberoamericanos como una figura americanista mientras que para el nacionalismo peninsular la figura de Bolívar era, eminentemente, española y su promoción para el americanismo, o panamericanismo, era una afrenta. El genial artículo de Marcilhacy sirve al propósito de reconstruir la cuestión de Bolívar en la península; su popularidad, su recepción, su papel y su recuperación como personaje, caudillo, de raza española.

«No es de extrañar por tanto que las autoridades españolas también se propusieran celebrar el centenario de la muerte del prócer. La idea de que Venezuela celebrase a Bolívar en otras latitudes se remontaba a 1921, cuando el régimen de Juan Vicente Gómez había ofrecido a la ciudad de Nueva York una estatua ecuestre del Libertador, en nombre de la fraternidad panamericana. Ese acto de acercamiento diplomático entre Venezuela y los EEUU había sido interpretado desde España como una afrenta, pues contradecía la estrategia del hispanoamericanismo que pretendía rivalizar con el panamericanismo en materia de propaganda cultural. En una sonada tribuna, el escritor madrileño Dionisio Pérez había reaccionado contra lo que interpretaba como una “americanización” del Libertador. A su juicio Madrid debía elevar su propio monumento para reafirmar la pertenencia de Bolívar a la “raza española”, por sus orígenes familiares vascos, su matrimonio en Madrid y su temple insumiso (sic!). Secundada por la colonia española en Venezuela y por el ministro de este país en España, la iniciativa desembocó en un concurso para erigir en Madrid un monumento alegórico que incluyera una estatua del Libertador junto con representaciones de las “seis repúblicas bolivarianas”. El proyecto seleccionado fue el del escultor malagueño Enrique Marín. En su idea, el monumento debía expresar ante todo la idea de armonía hispanoamericana: “Siendo este monumento obra de unión de hispano-americanos he suprimido todo carácter belicoso y guerrero. […] En mi proyecto lo represento como Libertador, dictador y poeta”. Menos armónica en cambio era la estrafalaria opción estética escogida: se trataba de una imponente pirámide en la cumbre de la cual cabalgaría un Bolívar ecuestre; en su base, siete estatuas alegóricas debían rodear el monolito, en representación de las repúblicas libertadas bajo su égida, junto con una España venerable, de pie y con un brazo levantado como para presentar su obra»

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El monumento a Bolívar, a pesar de haberse colocado la primera piedra, no vio luz por su elevado coste de casi un millón de pesetas. Se fue aplazando con el tiempo aunque, como sabemos, fueron surgiendo modestos monumentos a Bolívar en lugares de España como Cerranuza-Bolívar, Barcelona y Valencia. No sería hasta el régimen franquista que se lograría un monumento de envergadura como el del Parque del Oeste, en Madrid. En el gobierno del general Berenguer, no obstante, se celebró un acto nacional para conmemorar la muerte de Bolívar. En este asistieron autoridades eclesiásticas, autoridades del Ejército, gobierno y el mismísimo Alfonso XIII. En la iglesia de San José, donde se casó Bolívar, hubo otra ceremonia en la que el alcalde de Madrid sostuvo que Bolívar era el «último gran español de América y primer americano de España»

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Cuando Dionisio Pérez abrió la cuestión del monumento a Bolívar, uno de los mayores críticos literarios de la época, Eduardo Gómez de Baquero o Andrenio, le opuso resistencia con una elocuente crítica en noviembre de 1922:

«[…] Pero el monumento a Bolívar en España desentonaría, por ahora al menos de la psicología de las estatuas. Las estatuas son como ídolos o imágenes que eleva un
pueblo al culto de su ciudad Son imágenes exultantes, no deprimentes; son actos
de glorificación propia, no de contrición ni arrepentimiento. El monumento a Bolívar, (siendo tan monumental como es la figura del libertador), sería un monumento a nuestras desgracias o a nuestros errores. Ningún pueblo, por mucha que sea la cordialidad de sus reconciliaciones y sus amistades, está obligado a elevar monumentos a sus fracasos. La independencia de la América española, tal como ocurrió, fue un fracaso de España. El fracaso militar es lo de menos. Lo doloroso es que ese símil que suele emplearse de los hijos llegados a la mayor edad que alcanzan la emancipación, no fuese exacto. No acertamos a hacer autónomas a nuestras colonias, no seguimos el dictamen de Aranda, que quería hacer en América reinos para los Borbones de España, como el Brasil lo fue bajo los Braganzas. El monumento a Bolívar seria la conmemoración de estos errores. Mas a ese monumento puede llegarle su hora. Cuando se levante en Madrid un palacio de la unión o sociedad de los pueblos ibéricos, la estatua de Bolívar tendrá allí merecido puesto al lado de otros héroes españoles o americanos. O bien en un monumento general alegórico de la reconciliación de la familia hispana de ambos mundos. Mas como estatua o monumento personal, seria un monumento al quo le harían falta notas y comentarios, explicaciones que exceden de la simbólica de las estatuas y que no podrían remitirse a alguna inscripción en el pedestal, porque entonces parecería un monumento con restricciones, lo cual es opuesto al rito de las estatuas […] No recuerdo que haya en Londres una estatua a Jorge Washington»

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Parece una crítica acertada (hasta cierto punto), puesto que reivindicar la revolución criolla en América implicaría reconocer errores políticos respecto a los Reinos de las Indias y en el caso de los monumentos, sería una oda a los errores y las desgracias. Por supuesto que hubo errores pero no solo desde la monarquía, sino desde la élite criolla que quiso ir a una guerra total contra la península. No hubo unidad en ambos lados, hubo deslealtad al rey. No obstante, como dice el autor, es cuestión de que una reconciliación lleve a erigir monumentos de todos los personajes de raza española; de uno y otro lado como, de igual manera, hay monumentos a quienes fueron conquistados. No se trata de institucionalizar la traición, sino de superar lo que fue una guerra civil. No fue una supuesta guerra entre naciones americanas y España, sino una guerra entre españoles de ambos hemisferios.

En 1929, La Vanguardia, después conocida como La Vanguardia Española, publica la siguiente nota de prensa sobre un monumento a Bolívar en la ciudad de Barcelona (que será luego inaugurado en 1930):

«Entre importantes elementos hispanoamericanos de esta ciudad, ha surgido la idea de erigir un monumento a Simón Bolívar, la magna figura representativa del resurgir de la América española, ese grupo de naciones filiales de nuestra patria, que ahora tan abiertas se muestran al espíritu de la Raza. La figura de Simón Bolívar se agranda más y más, conforme se proyecta sobre la Historia. Justo de toda justicia era, pues, que Barcelona, siempre tan abierta a todo anhelo hispanoamericano, erigiera un monumento a este hombre que simboliza la vigorización de un continente. Se ha recibido ya un ofrecimiento del escultor don Claudio Mimó, que cede gustoso un proyecto que ha traído de París, y que es de gran monumentalidad. Parece que se va a proceder rápidamente al nombramiento de un Comité de honor, integrado por ilustres personalidades y presidido por una figura prócer de nuestra ciudad»

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Poco conocido también es el monumento de Bolívar (en el que se le reconoce como padre de las naciones bolivarianas) en Cenarruza-Puebla de Bolívar, de donde son oriundos los Bolívar. Su autor fue Pedro Ispizua, conocido arquitecto vasco. Inaugurado en 1927, sería el primero de un largo grupo.

La perspectiva peninsular sobre Bolívar queda asentada en el siguiente texto, publicado en Las Españas:

«España llama hoy suyo a Bolívar: suyo, porque sangre española corría por sus venas y, como nuestros conquistadores, […] fue personificación épica de nuestra raza; suyo, porque los sentimientos religiosos, alma siempre del alma española […], jamás murieron en el pecho de Bolívar»

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A esto el autor lo denomina la visión españolista de Bolívar; el relato español de Bolívar. No obstante, que Bolívar haya sido de raza española, que estuviera dotado de las virtudes y los defectos españoles no es ninguna casualidad, ni relato histórico. Como dice Vallenilla Lanz, «Bolívar nació español, español fue el medio en que le tocó actuar, españoles (colonos y peninsulares) fueron los ejércitos que mandó y los que combatió, en español pensó, soñó, habló y escribió sus maravillas»

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El pensamiento bolivariano dentro del nacionalismo peninsular

Esta relación se configura, según el punto de vista de Giménez Caballero, en que el franquismo fue un bolivarismo.

«La modalidad de acercarnos a Estados Unidos —políticamente— sólo podía ser una: la Presidencialista, así como el resto de nuestra América. Por lo que inicié la exaltación del Bolivarismo. O sea: la continuidad que propusiera Bolívar de la extinta Monarquía: "un “Presidente vitalicio” (para equivaler al Rey”, “con derecho a elegir Sucesor” (como Príncipe o “Primum Caput” y “un Senado hereditario” (sucedáneo de la Aristocracia). Continuidad que ni el propio Bolívar pudo aplicar. Sólo Franco. El único “bolivariano” triunfante de la historia hispanoamericana»

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El estilo de Giménez Caballero camina entre la apología, el ingenio y la exaltación. Sobre el espíritu castellano ya ha dicho que «allí donde sobre un altiplano o llanura se organice un sistema frontal y guerrero para “avanzar en tierra firme” y unificar razas, pueblos, naciones y fundir un continente, allí existe una Castilla»

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. Giménez Caballero suele aludir a fenómenos «universales»; Castilla no es un espíritu estrictamente peninsular, sino universal. Así, parece interpretar el bolivarismo de una forma similar. Mientras que Bolívar, su artífice, no pudo llevar a cabo su proyecto político, Francisco Franco —un peninsular que es oficial de carrera, providencialista a morir, que termina convertido en caudillo—, por el contrario, sí logra honrar y personificar este genio americano, hispano, universal.

En la obra de Giménez Caballero hay una justificación a la revolución criolla, entendiendo la emancipación y el ideal bolivariano como una necesidad. Es decir, una renovación política y social en toda regla. Proclama lo siguiente: «si España perdió entonces América fue por no entender lo que Bello y Bolívar desesperadamente le explicaran: el rehacer de la envejecida monarquía y la menos anticuada lengua en una nueva instauración: la hispanoamericana». En estas mismas páginas, esboza la idea de un hispanoamericanismo donde ya no cabe una Madre Patria, sino un conjunto de naciones hermanas de acuerdo al ideal lingüístico de Andrés Bello: «Bello, para evitar la fosilización o academización de tal Gramática, ya impotante ante el vario hablar de 20 nuevas “Patrias soberanas”, hubo de deslatinizarla, construyéndola no sólo para americanos libres sino para otras zonas del idioma donde esa misma libertad llegaría también: las fraternas Filipinas. Y las de una España por venir. Pues lo que ofendía a la emancipación americana era precisamente lo “español” en cuanto nacionalista, en contraposición a los nacionalismos surgidos en América. Y así, gracias a Bello, se dio la insospechable paradoja de que la lengua impuesta por España fue aquella de la Gramática latina, la de una América auténticamente “latina”»

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El nacionalista neogranadino Gilberto Alzate Avendaño no difiere mucho de la visión bolivariana de Giménez Caballero, si tomamos en cuenta su Sinfonía bolivariana: «el Libertador no concebía sino los gobiernos paternales, elásticos y fuertes para ayudar al desarrollo de estos pueblos en minoridad. Nada más opuesto a la mecánica pendular y el alterno usufructo de poder por las clientelas electorales, que el sentido bolivariano del Estado, donde la nación se manifiesta con voluntad total, indivisa y creadora. Las promociones colombianas, que se han desarticulado de la vieja política, necesitan buscar las tesis cardinales de su movimiento en el ideario bolivariano, normas autóctonas desde la misión imperial hasta la lucha contra las facciones delicuescentes y el prinipio del ejecutivo responsable»

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Bolívar ha ganado su universalidad no por la obra de las independencias, sino por su carácter de jefe, de duque, de césar y caudillo; por la multitud de interpretaciones históricas y filosóficas que se han hecho del Bolívar, del hombre mítico. El ideal bolivariano cruzado fronteras, por decirlo de otra manera, ya no circunscribiéndose en un pensamiento estrictamente nacionalista, a pesar de que haya sido instrumentalizado por múltiples nacionalismos como el venezolano o el neogranadino. Tendríamos que reconocer que Bolívar más que pensar como venezolano, pensó como colombiano y pensar como colombiano implicaba pensar como americano.

Manuel Fraga Iribarne, intelectual del franquismo y uno de los rostros de la transición, es una de las figuras peninsulares que más ha estudiado las instituciones hispanoamericanas después de la revolución criolla. Al mismo tiempo, es uno de los eruditos de Bolívar fuera de las fronteras americanas; tanto un apologista de lo bolivariano como un sincero amigo de muchos de los bolivaristas americanos. Véase, por ejemplo, su amistad con Briceño Iragorry. En una interpretación de lo que Bolívar entiende por los poderes, y relatando la situación que vive Hispanoamérica después de la caida del antiguo régimen, dice:

«Al hundirse el antiguo régimen, y en particular sus instituciones municipales, no quedaron más que los jefes militares y de policía, hasta en las pequeñas localidades. Hombres como Páez y Marino fueron, en definitiva, los que decidieron la suerte de Venezuela. Tenía que ser así, porque ellos eran los que de verdad representaban entonces al pueblo; como dice el mantuano Bolívar, hablando de Páez y Padilla “estos dos hombres tienen en su sangre los elementos de su poder, y por consiguiente es inútil que yo me les oponga por que la mía no vale nada para con el pueblo”. En tiempo de guerra, el pueblo es el ejército, y el ejército, en una guerra civil, son los caudillos populares»

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Lo que, aparentemente, quiere decir Fraga en este fragmento es que Bolívar no solo es un hombre que entiende su contexto y las condiciones políticas del momento, sino que es un realista político. Bolívar entiende las leyes sociológicas de su medio, el transcurrir político y las reglas de oro dentro del arte de lo político. No es casualidad que Bolívar haya sabido, aunque no solo motivado por la utilidad que estos le generaban, aglutinar a hombres brillantes. Por poner ejemplos más inmediatos: Páez, Sucre e incluso Santander. Este último es considerado un enemigo de Bolívar en la historiografía pero esto es parcialmente cierto. Era un rival, no un enemigo. Tenían planteamientos políticos distintos pero estaban en la misma causa y, al final, el mismo Bolívar apreciaba sus dotes administrativos y jurídicos. Sabía que Santander era un hombre capaz para administrar la cosa pública, para legislar, etcétera.

«Bolívar vio, desde su prodigiosa altura intelectual, esta dicotomía entre las
teorías y las realidades, que va a dominar durante más de un siglo la historia
político-constitucional de Iberoamérica. Quiso mediar en medio de las fuerzas
dispares e insertarlas en unas estructuras viables. Quiso hacer ver a los políticos la fuerza social de los militares, y a los abogados la necesidad de formas constitucionales realistas; intentó crearse fuerzas militares adictas, incluso utilizando ampliamente a oficiales voluntarios extranjeros, y reservarse, como Presidente, la administración de la poderosa palanca que suponía el distribuir a los militares las haciendas confiscadas a los realistas (sistema inaugurado con gran eficacia por Páez)»

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Bolívar deslumbrará por su capacidad política, por su modelo republicano cesarista y aristocrático. Su evolución política e ideológica será motivo de estudio para hombres de la península y de las Américas. Fraga se extiende a estudiar las fases del pensamiento bolivariano; desde lo fresco, hasta lo maduro y, para culminar, lo decadente. Para el autor, al que mucho le influye la interpretación de Balaúnde, Bolívar no es un dogmático, ni un fanático; es el arquetipo del romanismo político. Es un político, un estadista, en todo el sentido de palabra.

«Bolívar no se aferré a ningún modelo ni sirvió a ningún dogma. Víctor Andrés Belaúnde, en una obra que sigue siendo la mejor guía para el estudio de nuestro tema, ha señalado las principales etapas de! pensamiento político bolívariano. En primer lugar, «la del propagandista radical o demagógico, cuyo programa es la destrucción del viejo régimen y la ruptura definitiva con España». La segunda etapa es “la del caudillo revolucionario que preconiza para la lucha militar un gobierno unitario, estable y fuerte”. La tercera, es “la del estadista que aplica los mismos principios de unidad, estabilidad y eficiencia a la organización política definitiva, y cuya fórmula es la de una República conservadora, bajo la dirección de vina élite intelectual y moral”. La cuarta es “la del vencedor en la lucha por la Independencia, que desea formar una integración nacional más vasta, con las distintas naciones que él libertó, y cuya fórmula es la de un cesarismo semi-federal y semi-democrático de incuestionable influencia napoleónica”. La quinta es «la del político que, frente a las complejidades del problema constitucional y de subsistencia de la Gran Colombia, vacila entre la República conservadora centralizada y de ejecutivo vigoroso, y la constitución de gobiernos distintos en los núcleos nacionales históricos, para formar una simple federación”. La sexta es “la del dictador que ensayará salvar la unidad nacional, y que convencido del carácter transitorio de ese régimen, devuelve a la voluntad nacional la decisión de sus destinos”. En esta compleja trayectoria estima Belaúnde que “el pensamiento bolivariano describe una trayectoria de veinte años, una verdadera parábola, en la cual hay que indicar la ascensión, el cénit, y la inevitable caída”; pero se dan varias notas constantes: “nacionalismo, republicanismo, respeto a la voluntad nacional, unitarismo, sentido técnico e independencia del parlamento, disciplina, eficiencia y orden administrativos, independencia del poder judicial» primacía de los factores culturales y ético-religiosos, solidez institucional solidaridad continental”»

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En el franquismo habrán elementos comunes con lo anteriormente descrito en el fragmento. Franco, que traicionó la voluntad monarquista a pesar de ser considerado él mismo un monárquico por infinidad de historiadores, estableció su propio Principado y en contra del principio de legitimidad, estableció su propio orden: creó, digámoslo de esta manera, una República coronada. Lo que hoy día es rey en España, que no rex en el sentido estricto de la palabra, se debe al orden creado por el franquismo; es un funcionario estatal con una aureola de tradición. Explota los sentimientos monárquicos del pueblo español porque esta masa social no puede entender, esencialmente, qué es verdaderamente un rey porque este sentido natural y divino del gobierno, de la sociedad, de la familia, ha sido trastocado desde el siglo XIX. Franco, como Bolívar, fue un realista político. Era el hombre maquiavélico (la acepción en su sentido político, de maquiavelista) porque buscaba su propia constitución mixta. Los Principados de Bolívar y Franco tienen similitudes; la constitución vitalicia, el centralismo y el papel del princeps o de gran caudillo que, a l menos en su forma, es un presidente. Incluso su título, que no se diferencia de la tradición cesarista, soberana y republicana de las naciones americanas, estaba investido de tanta mística como el de Bolívar: era el Caudillo de España por la Gracia de Dios, el Generalísimo. Bolívar, paralelamente, era el Libertador de las Américas. Nadie conoce a Franco como Jefe de Estado, como tampoco a Bolívar se le conoce como presidente.

«Simón Bolívar fue un gran pensador político, profundo en las ideas, y brillante en la forma. Víctor Andrés Belaúnde afirma que “en lengua hispánica, es Bolívar el pensador político más original, más fuerte y más brillante”, y que “presenta una concepción de incuestionable originalidad y fuerza”. Es indiscutible que su pensamiento es una línea constante, que naturalmente se adapta en su expresión a las circunstancias del momento. Bolívar “es ejemplo de persistencia en su doctrina, que expuso con singular unidad en medio de las cotradicciones no menos singulares que en otros terrenos ofrece su vida”; y “leídos con atención los documentos prueban que el entusiasta e irreflexivo joven de 1810 profesa ya los mismos principios que sostendrá en 1830 al desengañado y muy maduro Presidente de Colombia”»

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Otro ejemplo que podríamos extraer de la hemeroteca de La Vanguardia es este artículo dedicado a Venezuela, en ese entonces gobernada por el coronel Marcos Pérez Jiménez y cuya autoría se la debemos al catedrático español Eduardo Pérez Agudo. La Vanguardia Española, cuyo cambio de nombre se debe al gobierno franquista, expresa lo siguiente:

«La pequeña Venecia, la Venezuela de Diego de Ojeda, es hoy una de las primeras naciones de América no sólo por su pasado histórico y por las grandes figuras que forjaron su independencia, sino por su propio esfuerzo, que le ha dado recia personalidad; por su perseverancia en el trabajo, manantial de su riqueza; por sus luchas y sacrificios, que le han fortalecido para agigantarse en el presente y esperar serenamente el porvenir. Dormitaba el pueblo venezolano en el dulce sopor de su vieja lejanía, y a su brusco despertar ha seguido un impulso amplio y fuerte cuyas realizaciones recientes proclaman la verdad de su pujanza, Y todo casi sin transición, merced a la obra del Presidente de la República, genoral Marcos Pérez Jiménez, quien con la palanca de su “Doctrina del Bien Nacional” ha levantado a sus compatriotas y los ha unido en el ideal de “hacer de Venezuela una nación
digna, próspera y fuerte” […] Y es que si “Venezuela tiene la gloria de haber dado a América su mayor hombre de armas y su mayor hombre de letras, Simón Bolívar y Andrés Bello”, al decir de Menéndez Pelayo, hoy tiene la gloria de haber dado a su pueblo su mayor grandeza, con la “Doctrina del Bien Nacional”, su joven Presidente
Pérez Jiménez»

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No nos corresponde interpretar las relaciones entre Pérez Jiménez y Franco pero de aquí se puede extraer un formidable vínculo basado en el respeto y el mutuo interés entre Venezuela y España. No es poca cosa que La Vanguardia Española, una fuente periodística fuertemente intervenida por el gobierno de la época, se haya dedicado a la difusión de este tipo de artículos que, como se dijo, demuestran un interés geopolítico muy concreto. La política exterior del franquismo con las naciones iberoamericanas es más que conocida, siendo el caso más representativo el de la Cuba revolucionaria. Aquello de la Cruzada contra el comunismo, el bolchevismo y el discurso antisoviético de los primeros años del franquismo, era indiferente en sus relaciones con algunas naciones iberoamericanas.

Pérez Agudo eleva en exceso a Pérez Jiménez, casi reconociéndole como caudillo venezolana y poniéndolo de forma errónea al nivel de Bolívar. Es innegable que muchas de las cosas que atribuye al coronel son ciertas (su política económica, desarrollista, social) pero aquella relevancia, al punto de ser trascendental como el mito bolivariano, es falsa o, por lo menos, exagerada. Pero he aquí una identificación entre regímenes nacionalistas con la imagen del caudillo criollo. Vemos, pues, esa constante identificación con Bolívar; el hijo de la raza española y el mayor hombre de armas de América para los apologistas de lo hispánico.

Bolívar en la actualidad peninsular

A pesar de haber tenido un lugar privilegiado entre las mentes del nacionalismo peninsular, e históricamente entre varios de los pensadores de la generación del 98, hoy día esta imagen parece haberse demolido. No por tradicionalismo, ni tampoco por rigor monárquico. Ninguna de estas cosas existen ya en España, no existe la coherencia y los españoles rechazan su espíritu, secuestrados por sus élites políticas.

El rechazo a Bolívar, en la actualidad, tiene más que ver con el repelús atlantista al chavismo que practican los partidos políticos españoles, a pesar de que su pseudo familia real comerció con armas y fragatas para hacer del chavismo más poderoso; se creen que, de alguna manera, el chavismo tiene relación con el bolivarianismo y con Bolívar mismo, siglos muerto. Se ha debatido derrumbar o remover sus estatuas, como se ha difundido la visión de que fue un genocida y de que en América hubo, literalmente, un holocausto (Pablo Victoria dixit). Entre las nuevas tendencias de revisión histórica, de las cuales no hablaremos ahora porque tampoco corresponde, ha surgido aquello de buscar una historiografía patria, como si Altamira no se lo propuso antes, y de integrar a España en Europa, puesto que la Leyenda Negra que sufre (nos recuerda a Roca Barea esto) es para hacer de España un país anormal, exótico, fuera del desarrollo común de las naciones europeas (lo que dice en Fracasología: esto es, básicamente, que España sí tuvo ilustración, reformas, etcétera).

El rey ilegítimo Felipe VI no quiso, en el acto de investidura de Petro, rendir respetos a Bolívar (y creemos que no tiene la obligación) como si eso, por ejemplo, borra que Bolívar ya tuvo los respetos de la mayoría de los gobiernos españoles anteriores, que el más grande monumento al Libertador lo erigió Franco y que Juan Carlos, el otro infame usurpador real, fue a rendirle respetos a Bolívar. Algunos creen que pueden borrar todo lo que escribieron los apologistas peninsulares y americanos, con su puño y letra, de lo hispánico. Esta supuesta coherencia no existe y si hoy se comienza a promover esa agenda contra las independencias (tema que ya superaron los nacionalistas españoles e incluso nosotros los tradicionalistas como demuestra Carlos VII con su proyecto de confederación) y, por tanto, contra las naciones iberoamericanas, es por interés político y la situación venezolana tiene mucho que ver con ello. A los nuevos historiadores no les importa la veracidad del relato criollo (demostrar si fue mentira o no), ni tampoco la verdad de lo acontecido en la guerra civil en las Indias, sino «lavar» a España de la Leyenda negra (¿para qué?) y ubicarla en el privilegiado círculo de naciones europeas, preferiblemente siendo la colonia angloamericana que es.

Bolívar es una figura revolucionaria, jacobina, liberal, convertida luego en la antítesis de ello por la propia naturaleza de los acontecimientos políticos y de su proyecto sobre América. No tenemos los tradicionalistas y monarquistas, por ejemplo, que reconciliarnos con su figura; ni necesariamente aceptarla, sólo tener en cuenta su legado y sus consecuencias sin dejar de lado que la historia de Venezuela, y de gran parte del sur americano, está escrita con Bolívar en el relato. Eso no puede borrarse revisando la historia, pretendiendo promover un otrora genocidio bolivariano contra los españoles (como si Bolívar no era español) o ahondando en las ideas ridículas que adoptaron los criollos sobre restaurar a los incas, más la simbología prehispánico o la conexión con lo prehispánico. Entender las independencias es un proceso complejo que, en todo caso, ya se había dado de facto cuando se implementó el modelo polisinodal y se dio fueros a los americanos. Yendo a relatos infantiles, revisionistas, sería imposible entender las ideas detrás de Bolívar o de Hidalgo, no sería posible entender la evolución de Bolívar ni tampoco cómo Hidalgo, a pesar de lanzar contra los españoles, ofreció el Reino (la Nueva España) a Fernando VII.

Sorprende, sí, como de una recepción abismal se pasa a un rechazo que los partidos políticos liberales, y supuestamente conservadores (la misma cosa, diferente forma; que sirva de ejemplo VOX), comiencen a vender un patriotismo en el que rechazan todo lo criollo y americano por tratarse de una traición. Como si el régimen de España desde la cuestión dinástica entre carlistas e isabelinos no es una traición ya a los ideales permanentes y trascendentales de España; como si lo que hoy día existe en España no es peor que lo que sucedió en 1810-1811 en Venezuela y el resto de Hispanoamérica. Un siglo de reconciliación para tirarse a la basura porque la agenda de algunos partidos políticos españoles está dictada desde otras capitales, pero no de Madrid. Creemos que detrás de este rechazo no hay nada auténtico, no hay principios tradicionales, no hay amor ni cariño a la monarquía; no hay coherencia con la historia española, sólo un ignorante paroxismo de un decadente nacionalismo español. Sólo la tendencia de algunos historiadores a que su nación, que en el fondo desprecian, sea aceptada por las naciones «avanzadas», «occidentales», «europeas».

1

David Marcilhacy, “Bolívar, «Coloso de América» y «Héroe de la Raza»: un mito transnacional en los centenarios de entreguerras”,  Mélanges de la Casa de Velázquez, n.º 50-2 (2020), 91-116.

2

Ibíd, 40

3

Eduardo Gómez de Baquero, "La estatua de Bolívar", La Vanguardia, 2 de noviembre de 1922, 10

4

La Vanguardia. "Un monumento a Bolívar". 02 de enero de 1929, 4

5

Marcilhacy, “Bolívar, «Coloso de América» y «Héroe de la Raza»: un mito transnacional en los centenarios de entreguerras, 38-39

6

Laureano Vallenilla Lanz, El libertador juzgado por los miopes (Caracas: Lit. y Tip. del Comercio, 1914), 15

7

Ernesto Giménez Caballero, Memorias de un dictador (Barcelona: Editorial Planeta, S.A., 1979), 154-155

8

Ernesto Giménez Caballero, "Genio de Castilla", Revista de estudios políticos, n.º 25-26 (1946), 135-162

9

Giménez Caballero, Memorias de un dictador, 237

10

Gilberto Alzate Avendaño, "Sinfonía bolivariana", Revista Universidad Pontificia Bolivariana, n.º 87 (1960), 372-378

11

Manuel Fraga Iribarne, “La evolución de Bolívar sobre los poderes del Estado y sus relaciones”, Revista de estudios políticos, n.º 117-118 (1946), 225-262

12

Ibíd, 228

13

Ibíd, 232-233

14

Ibíd, 258

15

Eduardo Pérez Agudo, "Venezuela", La Vanguardia Española, 10 de diciembre de 1955, 7

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