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Glosas a «Clausewitz como pensador político o el honor de Prusia»

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Glosas a «Clausewitz como pensador político o el honor de Prusia»

Alejandro Perdomo
Jan 2, 2022
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Glosas a «Clausewitz como pensador político o el honor de Prusia»

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El ensayo de Schmitt, en cuestión, trata sobre el memorándum-confesión de Clausewitz, el que este último escribió en febrero de 1812. En el documento, el reconocido oficial prusiano pidió a su Rey que declarara la guerra a Napoleón, en el contexto histórico de la obra el Rey de Prusia tenía un pacto con Napoleón, derivado de la derrota de los prusianos a manos de Francia. Clausewitz, en este sentido, llamaba a desconocer el pacto porque era contraproducente e iba contra los fines patrióticos, contra la patria misma. Su agudeza ya le había permitido discernir que la enemistad franco-alemana sería una cuestión del futuro, no solo del presente aunque claro, no sería lo mismo la enemistad prusiana contra los franceses que la alemana, la del nacionalismo alemán.

«En la médula de este memorándum hay una contestación clara a una pregunta clara: ¿Quién es el verdadero enemigo de Prusia? La contestación cuidadosamente pensada y reflexionada en toda su problemática es: Napoleón, emperador de los franceses, que ha impuesto el bloqueo continental a Europa y que tiene que aniquilar un Estado como Prusia, aunque Prusia busque sinceramente una reconciliación» (pág. 6).

En la página siguiente haría el siguiente inciso: «Clausewitz habla de la economía, que califica como “el principio vital más común de nuestra constitución social”. Recuerda la penosa situación económica que se derivó del bloqueo continental, el cataclismo que amenaza y que sería “una verdadera bancarrota”. La situación económica es la consecuencia de las medidas de un “general victorioso desde el Ebro hasta el Niemen”» (pág. 7).

Sobre la palabra «legitimidad» es importante el énfasis que hace Schmitt porque según él, esta sirve para entender el contexto de 1812. En Europa se cernía una nueva forma de legitimidad (que tendría que entenderse como una neolegitimidad o una suerte de ética, como ya lo describió d’Ors), contra la antigua legitimidad; así, vemos que hay una legitimidad dinástica y otra, la nacional. El Rey de Prusia tenía esta disyuntiva mientras que en Austria, aparentemente, ya se había intentado una síntesis entre la legitimidad dinástica y la nacional: «no hacía ni tres años, en 1809, el emperador de Austria había intentado una combinación de los principios dinástico y nacional, autorizando el levantamiento popular de los tiroleses. El resultado había sido aplastante: reconocimiento de José Bonaparte como Rey de España. casamiento de una hija del emperador Habsburgo con el vencedor Napoleón y fusilamiento de Andreas Hofer, fiel partisano tirolés, por orden directa de Napoleón. Semejante mezcla de colisión abierta y colusión secreta de legitimidad dinástico-familiar y nacional-popular tenía que convertir la vida pública de Europa en un laberinto de fantasmas». La legitimidad jacobina nacional-revolucionaria, por ejemplo, ya había calado en Francia por el hecho de que se mezclaba con la vieja legitimidad dinástica en el sentido de que la familia Bonaparte, neolegítima según Schmitt, estaba emperentada con las antiguas dinastías mientras que en Francia había, de iure, una legitimidad popular, nacional, una suerte de soberanía popular que, de todos modos, terminaba recayendo en la figura del César corso, del Emperador de los franceses. (pág. 8).

Schmitt hace un interesante contraste entre la práctica española y la teoría prusiana del levantamiento popular en las páginas siguientes. Clausewitz, tanto como Grolmann y Schepeler, pensaron ir a luchar a España contra los franceses bajo bandera británica o española pero no como irregular, al estilo del cura Merino o del Empecinado. Es importante la nota sobre la influencia de España en los procesos de resistencia antinapoleónica; de aquí a que Schmitt hubiese expresado que «una chispa saltó, en aquel momento, de España al Norte. Allí se convirtió en un mito político que ayudó eficazmente a atizar la resistencia alemana contra Napoleón». La recepción en Prusia, sin embargo, se resume en esta frase: «el alemán no es ningún español». (pág. 9).

Habíamos señalado que mientras Prusia, desarrolladora por una parte de la teoría del levantamiento popular, había abandonado la guerra cuando su último ejército pereció, España continuó la lucha contra los ocupantes napoleónicos a pesar de perder su fuerza regular. Precisamente, la ausencia de una dirección es lo que llevó a organizar múltiples células motivadas a expulsar al francés de la península. De acuerdo al relato de Schmitt: «la derrota del ejército regular es piedra de toque de la capacidad de un pueblo para hacer la resistencia armada contra un invasor extranjero. En 1807, la guerra entre Prusia y Francia estaba totalmente terminada después de la derrota del último ejército regular prusiano en Friedland. En España, por el contrario, la guerra popular empezó después de las grandes derrotas de la tropa regular». El autor no ahonda en si la causa de la resistencia armada española es el fanatismo de los curas, como había denunciado Napoleón respecto a los verdaderos atizadores y provocadores, o la supuesta pobreza y educación del pueblo como solían creer los franceses por puros prejuicios contra un pueblo tan virtuosamente católico como el español. Dicho en los términos de Schmitt: «la enemistad que el pueblo español sentía contra los franceses no necesitaba teoría alguna, ni las enseñanzas de un Bakunin o Kropotkin, para comprender que un ejército napoleónico se podía perturbar eficazmente estorbando su municionamiento e impidiendo su avituallamiento» (pág. 11).

El desarrollo de un nacionalismo español, en tanto se derrumbó el Imperio y la península quedó relegada a unidad en noción estrictamente territorialista, en el futuro cortó cualquier enfrentamiento con los franceses comos señala Schmitt pero él, por ejemplo, no ahonda en detalles. Es decir, los tres mayores motivos para afirmar que el enfrentamiento se atenuó es que, por un lado, España quedó bajo la órbita de Francia, que era un poder en progresiva decadencia con un renacer con Napoleón III, y en segundo lugar, que España se sometió a tres guerras civiles después de la Guerra de independencia. España se encerró una vez más, a pesar de la creciente internacionalización del conflicto (España como una zona de influencia para poderes como Inglaterra o Francia después del Concierto de Viena). El mayor elemento de paz, y de España bajo la influencia de Francia, fue efímero: la restauración borbónica. Ya España no representaba ninguna hegemonía como para que geopolíticamente estuviera en enfrentamiento con Francia, aquí es donde Schmitt cae en el desarrollo de la enemistad entre Prusia y Francia o mejor dicho, entre Alemania y Francia.

No deja de ser acertada su apreciación sobre el efecto de Napoleón en las masas españolas; el crear un frente unitario o indiferenciado contra Francia a raíz del gran sentimiento antinapoleónico, sumado a otros factores que más adelante se describirán. El ejemplo más notorio es que el pueblo español apoyó, o no reaccionó, a la intervención de la Santa Alianza y los Cien Mil Hijos de San Luis que restauró totalmente a Fernando VII, prisionero de los conspiradores liberales.

Un matiz interesante es que había división en Prusia sobre Napoleón porque, como bien dice Schmitt, «se conoce la admiración de Hegel por Napoleón […] el himno de Goethe al Emperador y a su “Imperio”, que asegurará la paz en la tierra data de julio de 1812, pocos meses después de que Clausewitz había escrito su memorándum y pocos días después de que el gran ejército de Napoleón había entrado en Rusia». (pág. 12).

«También para los españoles Napoleón era enemigo nacional […] Las dos enemistades, tanto la española como la alemana, eran auténticas. Las dos resultaron mortales para Napoleón pero en el momento preciso la enemistad prusiano-alemana era la más peligrosa y sólo a causa de ella la enemistad alemana en general fue el motivo de su ruina. España disponía de otras reservas de fuerza política que Alemania, reservas pre-revolucionarias más intensas. Los alemanes no sentían nada parecido a la indignación religiosa y moral de los españoles frente al enemigo de la fe y al saqueador de sus iglesias. Napoleón, el gran secularizador del año 1803, tenía en el bolsillo un concordato con Roma. Pero esto de nada le sirvió en España.» (pág. 13.)

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