Glosas a «Tierra y Mar»
En la tercera parte, subtitulada como La Tierra contra el Mar, Schmitt dice que «la historia universal es la historia de la lucha entre las potencias marítimas contra las terrestres y de las terrestres contra las marítimas». Como un ejemplo contemporáneo expondría a los dos más poderosos imperios de finales del siglo XIX: «todavía a fines del siglo XIX era imagen muy en boga el representar la tirantez de relaciones a la sazón existente entre Inglaterra y Rusia como la lucha entre un oso y una ballena. La ballena es aquí el gran pez mítico, el Leviatán […] el oso, uno de los muchos representantes simbólicos de la fauna terrestre». (págs. 5-6).
El mundo de la antigüedad griega, dice Schmitt, nació de las navegaciones y guerras de pueblos marinos. De los ejemplos antiguos de Schmitt tenemos a la civilización minoica a la que cataloga como «una potencia marítima dominadora de la isla de Creta, que expulsó a los piratas hacia la parte oriental del Mediterráneo». Seguido, a la polis ateniense defendiéndose de su enemigo «el persa, señor de mucho imperio» en la batalla de Salamina (480 a.C) que, como sabemos, fue una dura derrota para el «imperio universal» de los persas, su enclaustramiento en Asia Menor hasta la misión helénica conquistadora de Alejandro. La hegemonía ateniense, dice Schmitt, sucumbiría ante el poder terrestre de Esparta «que, como potencia terrestre, no estaba en condiciones de unificar las ciudades y las tribus helénicas y regir un imperio griego». (pág. 7).
Más interesante es su radiografía sobre la historia de Roma, a lo que dice: «la historia de Roma, en cambio, que en sus orígenes fue república itálica de campesinos y mera potencia terrestre elevó el Imperio en lucha contra la potencia naval y mercantil de Cartago». Según este ejemplo clásico de la pugna entre Roma y Cartago, surgiría el modelo de interpretaciones históricas posterior por el que existirían comparaciones de las gestas romanas con formas políticas, o imperios modernos. De ahí a que sugiera que «tales comparaciones y paralelos pueden ser muy instructivos, pero a menudo conducen también a extrañas contradicciones». En sus palabras, «el Imperio inglés, por ejemplo, tan pronto es comparado con Roma como con Cartago. Semejantes paralelismos son casi siempre un arma de dos filos, que esgrime cada cual por donde le conviene». (págs. 7-8).
Aún con el poderío romano, «vándalos, sarracenos, vikingos y normandos arrebataron al decadente Imperio romano el señorío del mar. Por otro lado, sugiere que el Imperio romano oriental bizantino, regido desde Constantinopla, era un Imperio costero por su potente flota, su ubicación geográfica, su dominio de las rutas comerciales y su más preciado secreto, el fuego griego; la clave de su defensa. Es interesante lo que apunta Schmitt sobre Carlomagno y el Imperio bizantino: «Así y todo [a la defensiva], pudo realizar algo que el Imperio de Carlomagno no fue capaz de llevar a cabo; fue un auténtico “dique”, un katechon empleando la voz helénica; pese a su debilidad, se sostuvo frente al islam durante varios siglos y, merced a ella, impidió que los árabes conquistasen toda Italia». (ibídem).
Al panorama marítimo entró la ciudad de Venecia con su constitución aristocrática, la superioridad diplomática con la que aprovecharon las rivalidades de otras potencias, gran riqueza e incluso pomposas fiestas. Refiriéndose a la hegemonía veneciana, dice: «tan fabulosa reina de los mares brilló con creciente esplendor del año 1000 al año 1500» pero acierta aún más con el papel elemental del mar, en el siguiente pasaje: «alrededor del año 1000 pudo afirmar todavía con razón el entonces emperador de Bizancio, Nicéforo Focas: “el dominio de los mares radica sólo en mi”. Quinientos años más tarde, el sultán turco de Constantinopla decía a los venecianos: “hasta ahora estabais desposados con el mar; de ahora en adelante me pertenece a mi”». Schmitt, no obstante, plantea la cuestión de unas potencias limitadas al Mediterráneo, al Adriático o al Egeo. ¿Qué si se abriera al infinito mar? Es la historia del Nuevo Mundo, sin duda. Historia trazada por españoles y portugueses hasta la posterior conformación del poderío naval inglés. (pag. 9).
Schmitt, en De la costa al océano —la parte cuatro—, hace una pertinente referencia al filósofo alemán Ernst Kapp quien es famoso por haber fijado unas etapas del señorío del mar en su obra Geografía general comparada. Allí, dice que la historia universal comienza en el período potámico con las culturas fluviales del Oriente; las civilizaciones nacidas en el Tigris, el Éufrates y el Nilo. Seguido a esto, está la etapa tasálica —de donde se puede inferir que viene el término tasalocracia— «de una cultura de mares cerrados y cuencas mediterráneas, a la que pertenecen la Antigüedad griega y romana y el Medievo mediterráneo». Como ya habíamos mencionado, el descubrimiento de América nos lleva, va relatando Schmitt, al «último y más alto estadio, al período de la cultura oceánica cuyos protagonistas son los pueblos germánicos». (págs. 9-10).