En cuanto al hispanismo
Otro ismo al acecho
Aquí, me propongo disertar sobre las raíces de la palabra «hispanismo» y, acto seguido, exponer sobre aquella nueva tendencia en el mundo hispánico que ha terminado por convertirse en un «ismo». Es decir, una amalgama de ideologías no definidas que toman, por ignorancia o intenciones políticas, principios de la Hispanidad. Podrá apreciarse que este secuestro, si así podemos llamarlo, incluye alguna tergiversación de la tradición ibérica, del catolicismo y de la estética imperial.
Del «ismo» hablaré en la última parte, puesto que cuando toca hablar de lo que no está correctamente definido, o de personas que sólo se motivan por mera identificación y estética, se entra en un terreno muy difícil. En terreno difícil, siempre terminamos por crear muñecos de paja pero, insisto, no puedo hacerme la vista gorda ante este nuevo fenómeno que acecha día a día, confundiendo gente y oscureciendo conceptos.
Hispanismo
Como toda palabra polisémica, como concepto, es imposible afirmar que atiende a una sola connotación y que, por tanto, el asunto está solucionado. La RAE, en su edición 2021, da cuatro acepciones: 1) giro o modo de hablar propio y privativo de la lengua española, 2) vocablo o giro de la lengua española empleado en otro, 3) empleo de vocablos o giros españoles en distinto idioma y 4) dedicación al estudio de las lenguas, literaturas o culturas hispánicas.
En el Diccionario de la lengua castellana, cuarta edición (1803), se recoge que hispanismo es el «modo de hablar peculiar de la lengua española, que se aparta de las reglas comunes de la gramática». Hispanidad, de acuerdo al diccionario, es lo mismo que hispanismo.
La mayoría de las fuentes consultadas llegan a una conclusión similar. Se puede ver que, a diferencia de la actualidad, no tiene connotación política y que puede referirse tanto a una forma de hablar, a vocablos de la lengua española y al estudio de todo lo hispánico. Por ejemplo, cuando consideramos a Henry Kamen o a Thomas Hugh como hispanistas.
La confusión entre Hispanidad e hispanismo
Según Carmona Nenclares «sería hispanismo aquello que desde el punto de vista material o ético contribuyese a que los países iberoamericanos alcanzaran el límite máximo de su nivel histórico propio»
. En su opinión, Ramiro de Maeztu escogió la palabra Hispanidad en 1929 para expresar este sentido de hispanismo y lo formuló de una manera que éste vocablo aludiera a la idea de una unidad espiritual, ética y material entre pueblos de un mismo cogollo, de un mismo árbol o, tomando a préstamo el término de Guzmán de Alfarache, de la yema del mundo: España.Lo que España recibió de Roma –incluyendo el cristianismo–, lo transmitió al Nuevo Mundo. Transmitió, además, lo propio e inconfundible de España misma, aquello que la define: lo refractario e impermeable al tiempo y espacio, lo antihistórico. Los pueblos de América se lo incorporaron integrándolo con las características peculiares autónomas. Aquí vemos asomar el fenómeno de la tradición. Un pueblo que carece de tradición carece también de raíz (porque carece de inserción en el tiempo), pero tampoco la raíz basta para que actúe en la historia. Necesita de algo más. Le hace falta la expresión de lo universal, que se concreta siempre en lo originario y peculiar
.
No obstante, Carmona Nenclares era un enemigo de todo lo que representaba el pensamiento reaccionario y de aquí es donde provenía su idea de diferenciar, digámoslo de esta manera, entre un hispanismo reaccionario y un hispanismo liberal. Él identificaba el término Hispanidad con el pensamiento reaccionario, mientras le parecía que el término hispanismo caminaba con tesis más modernas. Aunque ocasionalmente estuvieren hablando de la misma cosa, estaba enfrascado en sugerir que el vocablo Hispanidad estaba dentro del falangismo y del nazi-fascismo. De hecho, son muchas de las apreciaciones que hace en el artículo que se ha citado anteriormente.
Esta conclusión era, desde el principio, nuestro objetivo. Acabamos de alcanzarlo, pero no vamos a detenernos en él. Es un simple paso. Valiéndonos de los principios de que nos ha provisto indagaremos el contenido ideológico y moral de la hispanidad. Definida por el documento que ha creado su significación actual (decreto de la Gaceta Oficial, de Madrid, instaurando el Consejo de la Hispanidad), sería la reivindicación de Ibero-América para España. Pero no para cualquier España sino para la España teocrática-falangista triunfadora de la guerra civil. Reivindicación espiritual, en principio; reivindicación material en cuanto los factores internacionales sean propicios. España se autodeclara Imperio y reclama su ex Imperio. La hispanidad representa, por lo menos, un retroceso a la situación anterior a 1800. Nada menos. El fascismo ibérico aspira a suprimir el tiempo
.
El fascismo ibérico —que no es más que un peyorativo, producto de la ignorancia pensamiento de la Falange de JONS e incluso de la Falange de FET y JONS— es una forma de referirse al franquismo, al bando nacional triunfador. Carmona Nenclares está convencido de que con esta noción de Hispanidad, de claro origen tradicional, se está volviendo a reclamar el imperio y a volver a la situación anterior de 1800. Por supuesto, el tiempo nunca le dio la razón a Francisco Carmona Nenclares. Franco jamás reclamó ningún imperio. Esta noción de un fascismo ibérico también aglutinaba a los criollos porque, según él, estaba dirigido a fascistas iberoamericanos. Si meditamos mejor esta afirmación, podríamos darle algo de sentido; es verdad que surgió un nacionalismo español —que no fundó Franco, llevaba gestándose desde el canovismo— que terminó por tocarse, en gran medida gracias a una suerte de hispanismo político, con los nacionalismos iberoamericanos. El problema está en llamarlo fascismo.
Ahora, si lo unimos a Giménez Caballero veríamos que este señor, Carmona Nenclares, tiene toda la razón. Llegan a la misma conclusión sin quererlo. El excéntrico Giménez Caballero sostiene que «Loyola, el castizo pariente de Unamuno, el venerable sueño de Unamuno, el del chaleco negro, cerrado y loba blanca, el primer hacista o fascista en lucha contra Norte y Occidente»
. Los fascistas españoles no serían falangistas, sino que serían hacistas. El fascismo como noción espiritual, aparentemente, antecede al mismo fascismo político; a la idea de una ideología determinada, surgida en un momento determinado. Así, dice: «nuestro espíritu español, archiespañol, de hacistas, de comuneros futuros, está ya vigilante y no morirá. Resucitará magnifico en venideras generaciones, en un porvenir otra vez ecuménico y humano».La cuestión estriba en que desde el punto de vista del tradicionalismo, de la Tradición española, apenas hay diferencias entre lo que promovían nacionalistas españoles de múltiples vertientes y lo que promovían liberales españoles, principalmente exiliados después de la Guerra civil española. Incluso Franco, haya sido el más tradicional de los católicos, tiene una conexión innegable con la España nacionalista, centralista y anticlerical que fraguaron después de Fernando VII, responsable en gran medida de los males dinásticos que sufriría España en las sucesivas guerras civiles.
Una cosa es diferenciar los rasgos ideológicos, políticos pero otra es entender que los fenómenos políticos del siglo XX español atienden todos a un mismo mal y que por más que haya habido contradicciones entre estos sectores, apenas hay diferencias entre sus proyectos políticos. El franquismo, pese a su dictadura del caudillo, no fue menos republicana que la II República española, como tampoco el simulacro de monarquía —no es realmente un Reino como forma político-histórica, ni tampoco hay monarquía en el mando o el gobierno— tiene diferencias con la primera y la segunda república española, al menos en lo que realmente importa; ponerse con detalles insignificantes tales como la iconografía, la ideología o las posibles instituciones políticas, que aún así tienen apenas diferencias, no da más luces sobre el tema.
Cuando hago referencia al «pensamiento reaccionario» estoy haciendo una concesión, estoy concediendo demasiado. Preguntémonos lo siguiente: ¿cuán reaccionario es Ramiro de Maeztu?, ¿qué tuvo de reaccionario la dictadura primorriverista?, ¿fue realmente reaccionario el franquismo aún cuando se deshizo del carlismo desde el primer momento en la guerra? Si concediéramos que hasta la Falange era reaccionaria, y no un retazo de nacionalismo hispánico, ¿cómo se explica que Franco haya demolido su estructura y haya hecho lo que quiso con la descabezada Falange de JONS? Los exiliados republicanos en México, tal es el ejemplo de Ramón Iglesia
, sólo se enfrascaron en una lucha propagandística contra el nuevo estado de las cosas de España desde 1939. Sólo el resentimiento del vencido les motivaba, no así el que la «Hispanidad» fuese una idea fascista porque, en honor a la verdad, no lo era. La Hispanidad como idea trascendente es metapolítica, supera las ideologías. La historia común ibérica no está sujeta a ninguna óptica, ni se hizo gracias a alguna óptica.Es innegable que esta lectura, como todas mis lecturas, es tradicionalista pero cuando acudo al tradicionalismo como marco teórico, como herramienta de interpretación, no estoy yo haciendo una Filosofía de la Historia, ni una lectura ideológica. España nace a partir de una serie de costumbres y tradiciones que datan a nuestros ancestros, que no pueden entenderse sin la cristianización ni la imposición de una ley divina sobre todos los españoles. Las tradiciones no perecen, ni están sujetas a la interpretación de unos señores para que estos, sin más brújula que sus propios deseos, dispongan de ellas como si fuera mera ley humana.
Por tanto, no cabe ideologización alguna de lo que fue nuestra historia, ni tampoco la instrumentalización política ha de alterar lo que fue y lo que será. Cualquier intento de una Hispanidad, promovida por los sin Dios, será impostura. Todo deseo de unidad política, sin el credo de nuestros abuelos, será mera Babilonia. Esta idea de buscar recetas políticas foráneas basadas en la grandeza es el punto más fatal de la historia española. La idea de que España tiene que engrandecerse, tener más glorias y ponerse al nivel del resto es uno de los caminos a la decadencia y hay harta evidencia histórica.
El espíritu español, enviciado ya en el sistema del arfificio, falto de una mano fuerte que lo obligara a buscar la salvación donde únicamente podía hallarla, en la restauración de las energias nacionales, acepta con agrado todas las panaceas que le van ofreciendo todos los agiotistas de la diplomacia, y continúa largo tiempo arrastrándose por los bajos de la mendicidad colectiva, adornado con el oropel de fingidas y risibles noblezas
.
Pero vovliendo al tema central, en el contexto del enfrentamiento entre republicanos y nacionales, se puede interpretar una diferencia entre Hispanidad e hispanismo como, a la vez, se puede afirmar que también significan lo mismo. La diferencia está en el contexto de la Guerra civil; un bando opuso hispanismo a Hispanidad. En el contexto concreto de la lingüística, no hay connotaciones políticas y una igualación entre ambas palabras pudiendo ser sonónimos.
A raiz de la evolución del vocablo hay que proponer una acepción más
El lenguaje evoluciona, la costumbre determina la evolución del mismo y la gestación de neologismos. Sobre esta palabra tan antigua ya han surgido neologismos y uno de ellos es que haya adquirido una connotación política. Podemos, apartando los significados que recoge la Real Academia Española, definir otras acepciones que sirvan para los fines de este breve estudio. Se excluirán las acepciones anteriormente expuestas, ya que sería redundante volverlas a reproducir. Hispanismo es una palabra mucho más antigua que Hispanidad, por lo que no es difícil interpretar que Hispanidad se ha hecho sobre hispanismo aunque la primera sea mucho más concreta por haber sido adaptada y definida por diferentes autores.
Hispanismo (en tanto ismo): conjunto de doctrinas o movimientos que a partir de la reunión de una o varias partes de las tradiciones españolas, ignorando en consecuencia su composición como un todo, pretenden alcanzar fines políticos o ideológicos desde un medio eminentemente ibérico o hispánico. Cabe a destacar que no hay uniformidad ideológica, abrazándose idearios de todo tipo y adoptando posiciones miméticas, sincréticas o eclécticas.
Es innegable que ha surgido un neologismo, un ismo, producto del resurgir del pensamiento hispánico de finales del s. XIX y gran parte del s. XX pero no nos engañemos, este resurgir es falso; no hay una evolución teórica apropiada, no hay un apego a las tradiciones españolas ni una aceptación real de lo que sucedió históricamente hablando.
Las características de este ismo
I. Eclecticismo
Este es el rasgo más característico y visible: el eclecticismo. No hay uniformidad de ideas, no hay un credo en específico; tras las Aspas de Borgoña, un símbolo que no solo representa indirectamente a la Casa de Austria sino a la catolicidad del Imperio, hay infinidad de individuos. Ateos, liberales, comunistas, socialistas, demócratas y un sinfín de personas corrientes que engañados por viejas glorias, o por desinformación que pasa por contar la verdadera historia que ha sido arrebatada por alguna élite, que adoptan símbolos, que son movilizados por un ciclo mimético. Muchas personas ignoran las motivaciones detrás de estos grupos.
Puede ser que algunos estén movilizados por fervor patriótico, por intereses históricos y como una reacción, una defensa, ante los atropellos que sufre la nación española por miembros de la misma y por otras naciones pero estos grupos eclécticos, a mi juicio, han terminado por volver a España una víctima de la historia, una víctima de todas las naciones. Esto no tiene nada que ver con el mesianismo castellano, justificado por la grandiosa misión que tuvieron que afrontar contra los musulmanes y contra los infieles en América. Al contrario, es una victimización (desarrollaré más en el punto III) que es muy diferente al revanchismo; es la idea de que España puede volver atrás en sus glorias pero, curiosamente, no en sus instituciones porque no es mentira que la mayoría se pone de acuerdo a la hora de reconocer a las instituciones tradicionales españolas. La forma más común de ignorarlas, o reconvertirlas por medio de anacronismos historicos, es el revisionismo histórico (punto II).
Dentro de este ismo, conviven muchas ideas y sistemas. Se ponen de acuerdo en que España ha sido vilipendiada, que la historia se ha contado mal y en que todavía hay una conspiración del bloque anglosajón para subyugar a España como si, de hecho, España no estuviera estado subyugada políticamente hablando desde el Congreso de Viena. Podemos ver que un partido demoliberal, autodenominado conservador, como VOX tiene una especie de hispanismo superficial en sus programas políticos. Defiende el legado de España pero, irónicamente, imita al Partido Republicano de Estados Unidos de América.
Dentro del materialismo filosófico, por ejemplo, no es extraña la tesis del hispanismo y de la necesidad de constituir una confederación. Los motivos son puramente políticos y, en consecuencia, económicos; para el católico, la única razón para constituir un imperio como fórmula política es la realización de la Cristiandad o, a lo sumo, la oposición al Anticristo. Esto es, un katejón.
La constitución de una Confederación hispánica o Iberoamericana, con un Mercado Común del orden de quinientos millones de personas es, en cualquier caso, la única alternativa que los pueblos americanos, así como España y Portugal, tienen abierta para liberarse del Imperio angloamericano. Y, para España, la única posibilidad de liberarse de la Unión Europea (la única manera de que las organizaciones de agricultores españoles dejen de formar frente con los franceses en su oposición al Mercosur) reside en su confederación con la América hispánica. No caben otras alternativas y, otra cosa es que sean deseadas o preferidas. Prescindimos aquí, obviamente, de consideraciones relativas a la naturaleza política de esa Confederación hispánica (monárquica o republicana, socialista o capitalista)
.
Esta justificación de la confederación, que en términos del materialismo filosófico supone constituir un imperio en una de las acepciones de su teoría del imperio, es puramente económica. No hay grandeza posible sin ideas metafísicas, sin Dios, sin energías nacionales. Peor aún, escudándolo en realismo político, es ignorar cuál debería ser la forma política de aquella confederación. Una cosa es que pueda haber repúblicas, reinos, lo mismo da; otra cosa es que haya que ignorar los contenidos políticos, las formas de gobierno. Si lo único que asegura una unión hispanoamericana, o ibérica, es el socialismo o el propio Satanás; preferible es que nos desintegremos en mil pedazos más. Eso es incomprensible para el ateo.
Podremos ver que ya hasta hay referencias a un socialismo hispánico, que hay jacobinos rojos españoles y que quieren juntarnos, Dios sabrá el motivo, a venezolanos, argentinos, mexicanos, españoles peninsulares y gentes que tienen más en común entre ellos con mozambiqueños, angoleños, etcétera, porque a un chalado seguidor del materialismo filosófico se le ha ocurrido que puede teorizar sobre plataformas continentales, lo que Carl Schmitt llamó Großraum pero este individuo (que no mencionaré su nombre) no sabe porque no lee más allá de Bueno o Marx, para crear una Unión Soviética que hable español. Ignorando, claro, que no sólo se habla español en una Iberofonía, ni tampoco portugués. ¿Cuál será la solución? Cañonear a los que no hablen español en un barco hasta que se hunda.
Nemo potest duobus dominis servire. Ninguno puede servir a dos señores, dicen las Escrituras
. De la misma manera, hay un principio de no contradicción: no se pueden asumir dos principios contradictorios, no pueden asumirse dos ideales que se cancelan o se rechazan mutuamente. El eclecticismo es una postura peligrosa, que no solo puede ocasionar consecuencias incalculables sino que puede desviar a la salvación de las almas. Puede destruir naciones, pueblos. No hay peor mal que el de difundir una opinión falsa.II. Revisionismo histórico
No es lo mismo el revisionismo histórico que ensalza, encubre o relata acontecimientos de múltiples maneras legendarias que la gestación de una historiografía nueva, con modernos métodos y abundancia de fuentes, dirigida a mejorar lo que se sabe y descubrir lo que no se sabe. Historiadores de oficio como Marcelo Gullo son los de la primera categoría pero pasan, sin que otros lo noten, por la segunda. Roca Barea
no para de contarnos en Fracasología como España ha pasado por una nación exótica, decadente y singular gracias al secuestro de las élites francesas y gracias a los historiadores foráneos; que España es una nación como las demás, una nación europea más excepto cuando, claro, toca hablar sobre las glorias nacionales (convenientemente). De resto, todas las otras naciones no se diferencian a España en nada. Y así, sin quererlo, se derrumba la historia española porque no es singular, es sólo la historia de otra nación europea que hizo cosas similares a sus pares.Es como si las naciones, los pueblos, no estuvieran dotados de libre albedrío. De repente, ninguna nación tiene males atávicos, ni singularidades porque un historiador determinado ha dispuesto que no es así mediante datos históricos conectados a placer. Ninguna guerra civil española fue mala, ni un mal atávico, porque Inglaterra también tuvo guerras civiles. La otra cara del revisionismo también se puede apreciar en Marcelo Gullo porque según él, España no hizo nada malo; España no tiene que pedir perdón (no tiene que, ¿pero qué persona seria plantearía o explicaría el porqué no debe hacerlo?) y que quienes hicieron la conquista no fueron los españoles, sino los indígenas o que los españoles entraron como un ejército libertador del terrorismo azteca. Para un católico, ningún acontecimiento es casualidad; la voluntad de Dios está en todo y es cierto que al dirigir a los españoles contra los aztecas, se acabó con un reinado pagano terrorífico pero… ¿cuánto vale incurrir en anacronismos y sacar, además, a la Providencia de la fórmula?
Se sirve de sus libros, aunque entiendo que él no es historiador y no debo pedirle nada más, para exponer su ideario político que muy claro no está. Madre Patria tiene página custionables, otras reseñables. En un título llamado Hispanoamérica es el milagro, sugiere que España podría beneficiarse y solucionar su problema demográfico atrayendo a hondureños, colombianos, peruanos, mexicanos, ecuatorianos, chilenos, etc.
¡Por supuesto, vaciando a los países hispanoamericanos y volviendo a toda España un país con gentes distintas! En la página 149 de la misma obra, hace referencia a un totalitarismo quechua que sufrían los indígenas oprimidos. Se puede intentar dar el beneficio de la duda diciendo que es, esencialmente, un libro de geopolítica pero ¿no estamos viendo otra vez cómo un libro de historia, de una historia mal contada u oculta, termina en propuestas geopolíticas?Tenemos revisionistas que se sienten inferiores y quieren contar cómo su nación es, realmente, normal ante los ojos de Europa; avergonzándose de lo propio, de lo español, de lo católico. Luego, otros que pueden justificar cualquier error humano, político y temporal de España en la conquista o en las guerras de religión. Es natural que la historiografía sea todavía un desafío, que hablar de España siga suponiendo un desafío. Engañar a la masa no implica sacarla de aquel corral llamado Leyenda Negra.
Podría escribir un ensayo al respecto porque este tendencia historiográfica está reproduciéndose. En Hispanoamérica ya se están escribiendo obras que pretenden contar lo que el nacionalismo de las repúblicas hispanoamericanas nunca desveló, puesto que esto implicaría que las repúblicas tuvieran que volver a sus inicios y perder toda justificación a la rebelión criolla. Muchas esclarecen, otras son imposturas hechas libro.
Pablo Victoria, en su El terror bolivariano, ha terminado por vender un panfleto sacado de la Guerra Fría que, además, se empeña en tratar de explicar la independencia desde el perfil psicológico de Bolívar. Desde la página 129 en adelante, basándose en la tesis ya superada de la abuela negra de Bolívar que esbozó Salvador de Madariaga, explica cómo Bolívar estaba resentido porque nunca tuvo un título nobiliario reconocido producto el nudo de la Marín, de doña Josefa y cómo nunca se pudo obtener porque esta era negra. No se respalda con estudios genéticos, no acude al Archivo de las Indias, no tiene acceso a nada que ratifique que Josefa era negra. La verdad es que Herrera-Valliant, historiador venezolano experto en el campo de lo genético, ha demostrado que Josefa Marín de Narváez fue un impedimento no porque fuere negra o mulata sino porque aunque fue reconocida por su padre, ella era producto de una relación ilegítima.
A pesar de que supuestamente era negra, nadie explica cómo una negra fue la fuente de la fortuna de los Bolívar. Josefa era una blanca caraqueña, de la alta sociedad mantuana y fue desposada a los 13 años por un capitán gallego llamado Pedro de Ponte y Andrade. En Venezuela no es secreto a voces, sino una verdad conocida que Bolívar tenía un 98% de sangre europea y un porcentaje indígena que, de hecho, venía de las Islas Canarias. Dice Pablo Victoria: «con legítima razón, pues, Juan Vicente heredó de su padre los resentimientos antiespañoles por el secular litigio, resentimiento que, a su vez, pasó a Simón Bolívar en quien nunca recayo el otro título que tan afanosamente también buscaba don Esteban, tío materno del futuro Libertador […] como se comprenderá, estos señores Palacios eran de la más rancia nobleza venezolana y se disputaban con los Bolívares títulos y gracias, pues aquellos gozaban del privilegio propio del cargo de Alférez Real, en tanto que los Bolívares ejercían a perpetuidad uno de los cargos de Regidor del Cabildo»
.No se pone de acuerdo. Dice que los Bolívar y los Palacios eran la nobleza venezolana pero, al mismo tiempo, relata cómo la hidalguía se les fue negada múltiples veces porque supuestamente tenían un antepasado negro que, misteriosamente, les dejó su fortuna. Aparentemente la sociedad española en Hispanoamérica era perfecta pero los negros tenían impedimentos sociales y la nobleza criolla era descarada, lo reconoce el propio autor en el relato.
Posteriormente dice: «Algo de esta raza negroide vino a manifestarse en don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad de Bolívar y Palacios, llamado el Libertador, nacido en Caracas el 24 de julio de 1783, quien mostraba tez cobriza y áspera y cabello “achurruscado”, según se le pinta en diversos retratos de la época que luego los próceres de la República mandaron a corregir para que se le viera más como un grandioso semidiós de pelo lacio, y peinado al estilo de César romano, que como un simple mortal, delgado, bajito, de apenas 1,63 de estatura y fisionomía del montón y a quien el notablato limeño llamaba “el zambo”, cruce de negro e indio»
. Dos puntualizaciones: en este fragmento hay más racismo que en la sociedad caraqueña del s. XVIII y segundo, no logra ni siquiera escribir bien el nombre de Simón Bolívar. El Libertador ha sido retratado de un sinfín de maneras, hay fidelidad a su imagen en algunos retratos y en otros, no tanto. Algunos, como la apoteosis de Tito Salas, muestran alegorías a Bolívar como un héroe mítico pero eso no da fe de que los próceres hayan mandado a corregir, absolutamente, nada. Muchos retratos de Bolívar, todavía en uso, son contemporáneos con él.Pablo Victoria utiliza una descripción de Bolívar dada por Páez
pero cuando consultamos la autobiografía de José Antonio Páez no hay nada que sostenga aquella descripción que él reproduce, ni se asemeja un poco. Páez no dice que sea mulato o tenga rasgos mulatos, esto es del primer encuentro entre Bolívar y Páez en 1818. En fin, el propósito de este texto no es estudiar los rasgos físicos, fenotípicos y raciales de Bolívar pero estas pequeñas demostraciones sirven para iluminar al lector sobre los errores metodológicos tan profundos que tienen estos libros al manejar sus fuentes. El sólo hecho de escribir un libro dando fe de que en Bolívar hizo lo que hizo, como si fuera él el único mantuano sublevado, porque estaba resentido, odiaba a los españoles o porque era un agente inglés y que, sin importarle al autor el contexto de la guerra, perpetró un genocidio equivalente al del III Reich. Este patrón de historiadores se hace muy común, excedería otra vez la naturaleza de este trabajo el tener que exponer otros de los ejemplos recientes. Hoy se quiere vender libros a toda costa.III. Inferioridad
El sentimiento de culpa, de inferioridad, que tienen muchos españoles es notorio. Los motivos son variados, la Leyenda negra tiene parte de responsabilidad en el asunto pero no hay que obviar que los historiadores del nuevo revisionismo aunque no difunden una Leyenda negra contra España, tienen algo de ella dentro; y lo llegan a dejar claro en su desprecio a las costumbres, a lo atávico, a lo nacional, a los defectos y a los episodios vergonzosos. Por tanto, su propósito como historiadores es tergiversar estos episodios u acontecimientos a los fines de que sean vistos o percibidos de otra manera. Entre estos revisionistas siempre hay desprecio a Roma, a la historia católica de España y a la necesidad de un catolicismo españolísimo, sin Roma.
Cuando no hay, por otro lado, más acontecimientos de los que enorgullecerse, como el descubrimiento de una tierra o la fundación de una villa, basta con tomar acontecimientos aislados y compararlos con los de otra nación virtuosa en la historia para decir que los españoles fueron los primeros y los otros, los segundos. No importa cuánta evidencia haya sobre las diferencias étnicas, sociales y políticas entre las castas en América porque siempre se dirá que aunque la sociedad española era compleja, había igualdad para todos y que un vasallo americano era más libre que uno europeo. O peor, se dirá que el sistema de castas no existía. Se confundirá la evangalización con mestizaje y todo el mundo anglosajón, que algunas virtudes habrá tenido, será inferior y sentirá envidia por los frutos españoles.
¿Cómo amar las glorias de España a partir del desprecio a las tradiciones pasadas y a las instituciones? No hay amor, ni respeto. Tampoco autocrítica. Decir que las Cortes de León fueron el primer Parlamento de Europa es una afrenta, decir que los Reinos hispánicos eran la nación más grande de la Tierra desde las Cortes de Cádiz es una incomprensión absoluta de todo lo que suponía la Monarquía hispánica. Se ha dicho que la Escuela de Salamanca fue la que engendró el liberalismo económico o que Francisco de Vitoria es el padre de los derechos humanos y el DIH
. La única explicación posible es que hay desprecio por lo que realmente sí fue la historia patria, puesto que hay una necesidad patológica de revisarla o hacerla más leve.Tradición e Hispanidad
Tradición e Hispanidad son términos análogos, uno no existe sin el otro. La conjunción de los pueblos hispánicos, las Españas, es inconcebible sin la tradición. En palabras de Elías de Tejada, «la nación es un segmento de la tradición, un eslabón de la cadena del alma de un pueblo. La nación es una hora; la tradición, un siglo. Aquella, lo pasajero; ésta, lo permanente. Una tradición está formada por el conjunto de todos los momentos nacionales de un pueblo»
. Corts Grau, de aquellos insignes españoles de antaño, ha dicho que los conceptos «reconquistables de Patria, Nación y Estado han de interpretar lo temporal en función de lo eterno», ya que «la eternidad no se mide con medidas de tiempo». Por este motivo, es España —la nación— un producto de la tradición, del alma de un pueblo y de su espiritualidad imperecedera. Las Españas, que guardan más relación con la Hispanidad por ser un conjunto, son diversos y múltiples episodios nacionales de una tradición común, ramas de un mismo árbol. No cabe duda de que la formación «nacional» de España parte de un conjunto de tradiciones, costumbres y usos. Toda conciencia española, hispánica, ibérica tiene origen en una relación con Dios —y en consecuencia, con lo divino y lo natural—, con el terruño, la familia y todo lo que pueda concebirse como mundano. Si partimos de que la Hispanidad es una «llamada a la trascendencia, una entrega de uno mismo a Dios y del mundo a su Dios», no hay desconexión con lo divino y lo tradicional. Dentro de lo divino, hallamos que España ha sido encomendada desde un principio al Todopoderoso, que se ha formado por la espada contra el infiel y que se ha hecho evangelizadora de pueblos, adoptando el modelo bíblico del imperio. España se hizo defensora y campeona del orden cristiano. Llevó la fe verdadera a los confines del mundo, honrando aquel divino mandato de Cristo: «euntes ergo docete omnes gentes, baptizantes eos in nomine Patris, et Filii, et Spiritus sancti».Como fuente, hogar y receptáculo de tradiciones, España fue una reserva moral. Un reino, que se aisló de los herejes y los enemigos de Cristo. Conservó sus tradiciones aún cuando muchos de los que se sentaron en El Escorial quisieron destruir la constitución política y jurídica natural de España. Sus gentes, en contra de los intentos tiránicos de sus reyes, se levantaron una y otra vez en la defensa de lo suyo; contra el invasor francés, el Anticristo, resistieron heroicamente en la defensa de Dios, del Rey y de la monarquía. Una sola mención al catolicismo tiene que remitir a España y viceversa. España es un capítulo largo de la historia de la Cristiandad, es una de las naciones canónicas de la Cristiandad; de la Europa cristiana, de las que formaron la identidad de este conglomerado y la única, que con todos sus esfuerzos y energía, se opuso a la Europa protestante, a la Europa rota. España es cristianísima. De lo contrario, García Morente no habría dicho que «la unidad católica de España no es, empero, un hecho en la historia de España sino la definición misma, la idea de la Hispanidad, la esencia de la historia española»
.Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana (Madrid: La viuda de don Joaquín Ibarra, 1803), 464
Francisco Carmona Nenclares, “Hispanismo e Hispanidad”, Cuadernos americanos, n.º 3 (1942), 43-55
Similar concepción de Hispanidad tiene Julio Ycaza Tigerino, puesto que se refiere a la realización histórica de los pueblos hispánicos y, por ende, a la realización histórica de la Cristiandad. Véase Julio Ycaza Tigerino, "Notas sobre la Hispanidad", Alférez, n.º 9-10 (1947), 11
Carmona Nenclares, “Hispanismo e Hispanidad”
Ibíd
Ernesto Giménez Caballero, “Carta a un compañero de la Joven España", La Gaceta Literaria, n.º 52 (1929), 5
Ibíd, 5
Iglesia escribió un artículo titulado «El reaccionarismo de la generación del 98». El título habla por sí solo y el único comentario posible es que el señor Iglesia confundía el amor por lo propio con lo «reaccionario»; una etiqueta muy común en liberales y socialistas. Renau, por otro lado, ha dicho que los grandes responsables de la reacción del momento provenía de la generación del 98, específicamente Maeztu y Ganivet. A Ganivet le han catalogado de todas las maneras porque ha despertado interés sobre todos los espectros políticos. Américo Castro lo denominaba como una suerte de antieuropeísta, Fernández Almagro exagera denominándolo tradicionalista y Manuel Azaña, en gran parte, diciendo que se complacía con la tradición. Esto último es una obviedad: todo hombre de bien, ha de complacerse con la tradición y con lo que es propio. Toda nación debe tener asiento en lo único que puede ser transmitido de una generación a otra: la tradición. Véase José F. Castilla, “El enigma político de Ángel Ganivet”, Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras: Minervae Baeticae, n.º 22, 81-95
Ángel Ganivet, Idearium español (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1905), 101
Gustavo Bueno, España frente a Europa (Barcelona: Alba, 1999), 388
Mateo 6,24
Sin pecar de soberbia, se puede afirmar que obras como Imperiofobia carecen de rigor histórico. No diferencia entre imperios, ni en su forma clásica; no hay sistematicidad, no hay teoría política, no hay un buen manejo de fuentes. Hay afirmaciones como que Hispanoamérica no puede ser un imperio porque ya lo fue pero luego no puede explicarse cómo los Estados Unidos, que fueron o conformaron un imperio como las Trece Colonias, sí pudieron constituirse como tal; al menos en la forma moderna, no clásica.
María Elvira Roca Barea, Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados hasta nuestros días (Madrid: Espasa, 2019), 181
Marcelo Gullo Omodeo, Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán (Madrid: Espasa, 2019), 411
Ibíd, 149
Pablo Victoria, El terror bolivariano, 131
Ibíd, 132
«Bajo de cuerpo; un metro con sesenta y siete centímetros. Hombros angostos, piernas y brazos delgados. Rostro feo, largo y moreno. Cejas espesas y ojos negros… pelo negro también, cortado casi al rape, con crespos menudos… el labio inferior protuberante y desdeñoso. Larga la nariz que cuelga de una frente alta y angosta, casi sin formar ángulo. El general es todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada pero vibrante… El general es decididamente feo y detesta los españoles». Ibíd, 133. Esta descripción es atribuida a Páez por Santiago Martín Delgado. Si hipotéticamente fuera del general Páez, no da fe de que Bolívar sea mulato o pardo.
José Antonio Páez, Memorias del general José Antonio Páez: autobiografía (Madrid: Editorial América, 1916), 169-170
Victoria dice «nuestra historia demostrará que los derechos humanos, la vida, la propiedad y las garantías civiles, fueron más respetados durante el dominio español que durante la república liberal emergente» Ibíd, 96. El autor para hablar de las libertades forales otorgadas por el cabildo, institución municipalista de origen romano, utiliza el rótulo derechos humanos. Vergonzoso.
Francisco Elías de Tejada, Las Españas: formación histórica, tradiciones regionales (Madrid: Ambos Mundos, 1949), 48
José Corts Grau, “Motivos de la España eterna”, Revista de estudios políticos, n.º 9-10 (1943), 4-5
Manuel García Morente, “Ideas para una filosofía de la historia de España”, Revista Nacional de Educación, n.º 22 (1942), 69