La forma política pontificia (I)
A raíz de varios debates relacionados al carácter estatal, o aestatal, de la Ciudad del Vaticano, he optado por publicar una reconstrucción de las ideas políticas que han influido en la reconstrucción política de los Estados pontificios tras el tratado de Letrán y en la adopción de cierto lenguaje político modernista dentro de la organización soberana pontificia.
I. Carl Schmitt y la forma política romano-pontificia
Una vez más, como ya acostumbro en este espacio, me remitiré a la obra del jurista alemán Carl Schmitt: Catolicismo romano y forma política (1923). Se trata de un original ensayo en el que se ahonda en la naturaleza política de la Iglesia católica que, en sí misma, constituye una forma única de lo político. En las primeras páginas del ensayo, dice Schmitt: «el Papa lleva el nombre de padre, y la Iglesia es la madre de los creyentes y la esposa de Cristo, lo cual constituye una admirable combinación de lo patriarcal con lo matriarcal»
. El Dios trino, por tanto, se expresará en las instituciones políticas romanas.Schmitt, no obstante, expresará el carácter contradictorio dentro de la conjución de elementos políticos en la Iglesia. Así, termina por referirse a la Iglesia como un «complexio oppositorum». Reconoce el jurista el carácter institucional y, esencialmente, jurídico de la Iglesia católica y que en este radica el racionalismo católico. Ese que siempre le ha mantenido del lado del sentido común, en contra de los fanatismos, la superstición y la magia. La gran aportación de la Iglesia «consiste en haber hecho del acerdocio un oficio, pero esto, a su vez, de un modo peculiar. El Papa no es el profeta, sino el representante de Cristo»
.«El Papa insiste en ser el soberano del Estado de la Iglesia, ¿pero qué significa esto en el inmenso griterío de la economía mundial y de los imperialismos? El poder político del catolicismo no se fundamenta en recursos ni de poder económico ni de poder militar. Independientemente de esto, la Iglesia posee, en toda su pureza, el pathos de la autoridad. También la Iglesia es una “persona jurídica”, pero de otro modo que una sociedad anónima»
.Se puede apreciar que la Iglesia tiene un doble carácter: político y espiritual aunque, en esencia, la separación entre lo finito e infinito siga el mismo curso—no puede haber ley humana que no esté sometida a la ley divina—, el Papa es el soberano de un grupo humano estable —los hombres sedentarios recogidos en los kilómetros pertenecientes a la Ciudad Vaticana y antes los Estados pontificios— y, universalmente, es la autoridad espiritual de todo el Cuerpo Místico, como del género humano
. Habrán similitudes y elementos comunes con otras formas políticas, o modelos jurídicos, pero no podrían entenderse de la misma manera por motivos ya dichos: la Iglesia no es solo una entidad sobrenatural, divina, sino que no existe «nada que se le asemeje».Los elementos conjugados en la Iglesia —que permite ilustrar la unión de opuestos dentro— reafirman el particularismo católico, más que denotar un híbrido o una institución que se «adapta a los tiempos» porque aún concediendo la idea de unos préstamos políticos —que hay que admitir, en cierto grado, su existencia dentro del Principado papal—, jamás la Iglesia católica ha cedido a perder su particularismo político y jurídico. Es decir, la Iglesia políticamente jamás podría degenerar ni en una democracia ni en una tiranía porque su particularismo político no ha sido «cedido» ni «otorgado» por la voluntad de nadie; ni del pueblo, ni de la nación, ni de la entronización de los príncipes; es decreto divino. A diferencia del rey o del príncipe entronizado, Dios ha creado la Iglesia como expresión suya; la ciudad de Dios. Por el contrario, el príncipe es entronizado en razón de que la Tierra se ha organizado sobre dominios y jerarquías, de manera que Dios, en toda su omnipotencia, permite a los hombres el arte del gobierno. Siempre que el pacto con Dios, de quien emana todo poder, se ha roto; se han roto igualmente las leyes naturales y por tanto, esta entronización política termina quedando sin efecto. Es decir, que no hay gobernante legítimo.
La aureola que rodea la Iglesia es divina y el Vicariato de Cristo no tiene más origen que el divino; tanto la potestad como la autoridad de la Iglesia —dos espadas, de la cual se ha desenfundado una— quedan separadas de las leyes más mundanas y del principio natural de la potestad. Más bien, el Pontificado se concibió históricamente como un árbitro y un contrapeso, en su sentido de auctoritas, contra el poder ilegítimo —la tiranía dentro de la filosofía política clásica— que rompe las convenciones naturales y lo legado por el Todopoderoso. En el gobierno, pues, debe de existir un constante temor al Señor; pues él no ha evitado toda pretensión política sabiendo que los hombres deben disponer de un gobierno para los asuntos terrenales.
La imposibilidad de emular a la Iglesia católica queda patente cuando Juan Donoso Cortés sugiere que la Iglesia, en su seno, tiene cada una de las formas políticas habidas
: «solo en la Iglesia, sociedad sobrenatural, caben todos estos gobiernos combinados armónicamente entre sí, sin perder nada de su pureza original y de su grandeza primitiva. Esta pacífica combinación de fuerzas que son entre sí contrarias, y de gobiernos cuyo única ley, humanamente hablando, es la guerra, es el espectáculo más bello en los anales del mundo».II. El Papado como forma política
En documentos jurídicos como la Ley fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano es posible apreciar el lenguaje estatal, producto de la hegemonía del Estado moderno como forma «universal» y «definitiva» de lo político. Si los Estados pontificios, en los que también se puede ver el vocablo «stato», no ignoraban la filosofía política clásica como tampoco la teología escolástica fue indiferente a los filósofos griegos —de otra forma no se vería tratados escolásticos sobre el gobierno de los hombres con categorías como monarquía, democracia, etc— está claro que estamos ante la adopción de un lenguaje político imperante tanto en los saberes como en la política misma. Lamentablemente esa tendencia, tan común en la filosofía política y en el arte prudencial del gobierno, ha llevado a la asimilación del lenguaje del enemigo, en tanto el Estado fue creado, erigido y fundamentado contra la Iglesia católica.
Partamos de estas puntuales aseveraciones. Primero, «la Iglesia es la comunidad espiritual de fe formada por los creyentes en torno a Cristo; es el Pueblo de Dios» mientras que «el Papado, como forma política estatal o pre-estatal [según el período] de sus territorios o Estados, es particularista»
. Dicho esto, es posible entender la dualidad política y religiosa de la Iglesia católica: su vocación, o antigua vocación, como Papado y poder temporal y su vocación como Iglesia universal de toda la comunidad de creyentes.Otros ejemplos de asimilación política están en el propio dogma de infabilidad papal
, pese a que en él no se encuentran elementos del todo decisionistas ni es la decisión del papa la que fundamenta el orden político y divino de la Iglesia. Hay que hacer insistencia en el siguiente punto: no es que la Iglesia deba «adaptarse a los tiempos», en todo el sentido ecléctico, sino que la Iglesia como institución política, y no solo religiosa, vive un contexto político determinado y muchas novedades políticas actúan como tecnologías imprescindibles para la supervivencia política.Ahora bien, la conjución entre lo mundano y lo extramundano, entre lo político y lo espiritual, entre el Cielo y la Tierra, es lo que también ha dado un curso único al Papado como forma política. Tengamos en cuenta lo siguiente: la Cristiandad medieval, res publica christiana o communitas christiana tiene una división entre potestad y auctoritas porque coexistían, de acuerdo a la tesis de Bernando de Claraval, dos instituciones: el Papado y el Imperio. De esta manera, ambas organizaciones estaban entrelazadas con el mismo propósito pero representaban fueros distintos. Por su parte, el Papado era también un Principado; tenía, en sus dominios, poder terrenal y espiritual. Es decir, que el Papado constituía lo suyo con las dos espadas desenfundadas, mientras en la Cristiandad sólo una espada estaba desenfundada por la Iglesia y otra ocupada por el Imperio.
Por este motivo, ha dicho Dalmacio Negro Pavón que «uno de los antecedentes del Estado es el Papado» porque «el Papado era la forma política de la Iglesia de Europa Occidental, en tanto, al poseer territorios propios, tenía autonomía política» y «al final de la larga contienda de las Investiduras, el Papado era ya estructuralmente un Estado»
. Se ha dicho antes que el Papado asimiló, por siglos, el lenguaje político imperante pero también el Papado es un antecedente a la estatalidad, como bien lo fueron las ciudades italianas o la Corona de Castilla y Aragón, por la concentración de poder lograda incluso antes de que conceptos como el de soberanía se hubiesen desarrollado en los claustros intelectuales de Europa.«Desde Inocencio III, el Papado ya no era una Monarquía feudal: poseía la plenitudo potestatis, el precedente inmediato de la soberanía moderna, y tenía los rangos esenciales de la estatalidad. Apenas le faltaba la neutralidad, pues la Iglesia a la que está íntimamente unido el Papado, en tanto depositaria y custodia de la verdad del orden universal, no puede ser neutral, ya que siempre está enfrentada al mal, al pecado»
.La acumulación de poder temporal, que no por ello desmerece la misión espiritual del Sumo Pontífice y la Iglesia de Cristo, llevó inevitablemente a un proceso de progresiva estatalización que con breves remisiones a la historia europea, veremos en su autonomía política incluso en contra del Imperio: así, tuvo esporádicas alianzas con Francia o poderes extraños como el Imperio otomano contra los Habsburgo. Esta oscura y ambigua unión de potestad y autoridad, incluso al punto de confundirse ambas, es lo que le pone en casi el mismo plano que el Estado, con la importante diferencia de que no existe ninguna neutralización porque, sencillamente, no puede existirla dada la vocación espiritual y universalista de la Iglesia católica.
El punto más alto del poder político de la Iglesia católica lo describe Maquiavelo: «no obstante por si alguien me preguntara por qué la Iglesia, en lo temporal, ha alcanzado tanto poder siendo así que antes de Alejandro los grandes estados italianos, y no sólo esos que se llamaban los grandes, sino cualquier barón o señor por muy pequeño que fuera, la estimaba poco en lo temporal y ahora un rey de Francia tiembla ante esta Iglesia que ha podido echarle a él de Italia y hundir a los venecianos; no me parece superfluo recordar todo esto, al menos en parte, aun cuando sea cosa conocida»
.Me valgo, a continuación, de reproducir el extracto que le sigue en la obra de manera íntegra por representar no solo un documento de la tratadística política de la época, sino el testimonio de un testigo ocular. También hay que advertir algunas imprecisiones de Maquiavelo y la omisión de algunos Pontificados:
«Surgió luego Alejandro VI, que de entre todos los pontífices habidos hasta nuestros días, fue el primero que mostró cómo con el dinero y con la fuerza un Papa puede imponerse, e hizo por medio del duque Valentino, y aprovechando la venida de los franceses, todo cuanto he expuesto más arriba hablando de las acciones del duque. Y aunque su propósito no era engrandecer la Iglesia sino a su hijo el duque, sin embargo lo que hizo revirtió en la grandeza de la Iglesia; la cual, después de su muerte, eliminado el duque, fue la heredera de sus esfuerzos. Siguió después el papa Julio; y encontró una Iglesia grande gracias a la posesión de toda la Romaña y al haber sido aniquilados los barones romanos y anuladas sus facciones por los golpes que les había propinado Alejandro; y encontró además abierto el camino a un método de acumular dinero nunca usado antes de Alejandro y todo eso Julio no sólo lo continuó sino que aún fue más allá; y decidió ganarse Bolonia, aniquilar a los venecianos y expulsar a los franceses de Italia; empresas todas de las que salió victorioso y con tanta más gloria para él cuanto que todo lo hizo para aumentar el poder de la Iglesia y no el de un particular»
.De todo esto podemos extraer la creación de un aparataje autónomo, con tributación y erario. La formación de un ejército papal, en sustitución progresiva de las fuerzas mercenarias de las que se valía el Papa y de una constante profesionalización militar. La gloria no duraría para siempre, aún así, puesto que de Napoleón Bonaparte, en adelante, los ejércitos papeles sufrirían muchos reveses y en la lucha contra los Saboya, el Papado sobreviviría algunos años con la presencia de voluntarios extranjeros. De aquí, hasta los tratados de Letrán, podemos ver una pérdida del rumbo estatal en los Estados papales, hoy la Ciudad del Vaticano.
La súbita muerte del Imperio fortaleció la idea de la plenitudo potestatis et turisdicttonts no solo en el Papado, sino en el resto de las monarquías: una clara promoción de una suerte de absolutismo estatal. En este sentido, el Papado se reclamó heredero del Imperio. Cada rey, de acuerdo a este planteamiento antecesor de la soberanía, era emperador en su Reino. Una vez desarrollada la tesis de la soberanía, en donde juegan un papel ejemplar tanto Bodino como Hobbes, y en menor proporción Fénelon, por encima de los reyes no había ningún poder superior, sólo poderes iguales encarnados por otros Reinos. De hecho, la idea de unos reyes soberanos fue esencial también en la transformación de la perspectiva geopolítica de los Reinos: «el demasiado engrandecimiento de uno solo puede ser la ruina y la servidumbre de todos los otros que son sus vecinos […] en una palabra, todo lo que trastorna el equilibrio, y que da el golpe decisivo a favor de la monarquía universal, no puede ser justo, aun cuando estuviese fundado en leyes escritas en un país particular»
. Sobre los grandes imperios, a los que retrató de crueles e inhumanos, dijo Fénlon: «cuando un poder llega a tal punto, que todos los otros poderes reunidos no pueden resistirle, todos estos otros están en el derecho de aliarse para prevenir tal engrandecimiento, después del cual ya no habría tiempo para defender la libertad común».En el capítulo que le sigue a este artículo, se desarrollará la cuestión de la estatalidad en el presente de la Ciudad del Vaticano; si se trata, realmente, de un Estado o no. Si continúa aquella soberanía del Papado que tenía como territorios la Campagna y Lazio. Si la Guardia Suiza, digamos, puede equipararse al otrora ejército pontificio y a la antigua gendarmería pontificia. Si el Papado que coexistía con Austria y España, o incluso con Francia, tiene que ver con el actual Papado, post-Letrán, que está sometido de manera directa e indirecta al Estado italiano.
Bibliografía:
Donoso Cortés, J. (1851). Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Madrid: Imprenta de la Publicidad
Fénelon, F. (1857). Examen de conciencia sobre los deberes de la dignidad real. Montevideo: traducción del canónigo Piñero
Krabbe, H. (1922). The Modern Idea of the State. La Haya
Maquiavelo, N. (1993). El Príncipe. Barcelona: Ediciones Altaya, S.A
Negro Pavón, D. (2010). Historia de las formas del Estado: una introducción. Madrid: El Buey Mudo
Negro Pavón, D. (1995). La tradición liberal y el Estado. Madrid: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos
Schmitt, C. (1996). Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica. Madrid: Tecnos
Schmitt, C. (2011). Catolicismo romano y forma política. Madrid: Tecnos, p. 10.
Op. cit., p. 17.
Op. cit., p. 23.
Conviene rescatar este fragmento de Dalmacio Negro Pavón: «el cristianismo, que afirma el restablecimiento del auténtico orden natural por la Redención, tiene un mundo finito y otro infinito. Y con la distinción entre el fin terrenal y el ultraterreno del hombre se constituyeron dos instancias principales, la temporal y la religiosa, correspondientes a dos órdenes distintos, dependiendo el primero del segundo, de rango ontológico superior. La relación entre ambas instancias, escindidas conforme a la prescripción evangélica "dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios", constituye desde entonces el centro de los problemas humanos. Con ello se dirigía Jesús, explica O. Cullmann, por un lado a los discípulos: "dad a Dios lo es de Dios, es decir: no se lo deis al Estado"; por otro, a los zelotes: "dad al César romano lo que es del César, es decir: no hagáis un Estado político de la comunidad de los que deben predicar el reino de Dios"» en Negro Pavón, D. (1995). La tradición liberal y el Estado. Madrid: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, p. 64.
Dice Juan Donoso Cortés que «todo en ella [la Iglesia] es espiritual, sobrenatural y milagroso: es espiritual, porque su gobierno es de las inteligencias, y porque las armas con que se defiende y con que mata son espirituales; es sobrenatural porque todo lo ordena a un fin sobrenatural, y porque tiene por oficio ser santa y santificar sobrenaturalmente a los hombres; es milagrosa, porque todos los grandes misterios se ordenan a su milagrosa institución, y porque su existencia, su duración, sus conquistas son un milagro perpetuo». En Donoso Cortés, J. (1851). Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Madrid: Imprenta de la Publicidad, p. 35.
No estoy negando la existencia de las formas políticas mixtas, como bien hoy en el Estado moderno podemos encontrar esa conjución de formas políticas o como, históricamente, el modelo romano superó a la polis y supuso una nueva constitución política totalmente creadora. El punto de Donoso Cortés es que la hibridación de formas, muchas contrapuestas entre sí, puede llevar a la muerte de una comunidad política. La exageración de elementos democráticos, en una sociedad dirigida por la aristocracia, puede terminar por aniquilar a la aristocracia.
Donoso Cortés, J. (1851). Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Madrid: Imprenta de la Publicidad, p. 52.
Negro Pavón, D. (2010). Historia de las formas del Estado: una introducción. Madrid: El Buey Mudo, pp. 49-50.
Respecto al dogma de la infabilidad papal, ha dicho Schmitt: «El dogma católico-romano de la infalibilidad de la decisión papal contiene también elementos jurídicos fuertemente decisionistas; sin embargo, la decisión infalible del papa no funda el orden y la institución de la Iglesia, sino que la presupone: el papa es infalible solo como cabeza de la Iglesia, en virtud de su dignidad, pero no es como hombre». Schmitt, C. (1996). Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica. Madrid: Tecnos, p. 28.
Negro Pavón, D. (2010). Historia de las formas del Estado: una introducción. Madrid: El Buey Mudo, p. 49.
Op. cit., p. 49.
Maquiavelo, N. (1993). El Príncipe. Barcelona: Ediciones Altaya, S.A., p. 45.
Op. cit., p. 46.
Fénelon, F. (1857). Examen de conciencia sobre los deberes de la dignidad real. Montevideo: traducción del canónigo Piñero.
Op. cit.