El crecimiento de los mestizos: el régimen existente
Podemos servirnos de las palabras de Pietschmann sobre el régimen de separación instituido por Carlos V, posteriormente desviado de su misión civilizadora y paternalista: «la separación de razas, concebida originalmente como medio para facilitar la instrucción y la reeducación civilizadora, así como la protección de los indígenas, de este modo se convirtió en un mecanismo de diferenciación social que fue transmitido también al número rápidamente creciente de mestizos bajo el dominio español. Igual que sucedió en el caso de la discriminación de los conversos en la metrópoli, en las colonias también resultó una discriminación racial de la población autóctona a partir de diferenciaciones originalmente de fundamentos religioso-civilizadores»1.
Ahora bien, no nos confundamos: hay que matizar mucho al respecto. No estamos ante un apartheid, ni en una sociedad tecnificada y moderna en la que se controlan los vínculos sociales entre las distintas castas donde los españoles, por acudir a uniones naturales o legítimas con mujeres de otras razas, eran castigados. De modo alguno existía un aparato, con un cuerpo legal completamente moderno y positivista, en el que se castigaba a mujeres u hombres blancos, según el state (las famosas leyes Jim Crow o las que primaron sobre la Unión Sudafricana), por sostener relaciones interraciales o tener hijos con mujeres de otras razas, ni era la dispensa matrimonial cosa del Estado sino que en el caso hispanoamericano, éste era monopolio del Clero y el Clero legitimaba cualquier unión siempre que fuera bajo el manto de la Iglesia católica. Estamos ante una fórmula muy distinta en el que sí, gobernaba lo cristiano sobre lo mundano y donde contravenir lo cristiano implicaba un sinfín de consecuencias sociales.
Este sistema, en muchos casos, degeneró por la proliferación de ideas modernas, con mayor arraigo en Francia o Inglaterra, y por el asentamiento de la sociedad colonial tras haberse concretado la conquista. ¿Por qué lo último influiría en la degeneración de este modelo de las dos repúblicas y de la vida cristiana? Porque sobre Hispanoamérica dejó, progresivamente, de regir el celo misionero, las órdenes serían separadas de los asuntos religiosos y el poder regio comenzaría a intensificarse sobre los hombres, exponiéndose un principio mucho más utilitario y ordenador (sobre todo se intensificará con la administración borbónica).
En palabras de Benassar, «los dominadores y dominados no vivieron, evidentemente, en compartimientos estancos según un régimen estricto de apartheid. La sociedad de la América colonial (por lo menos en el caso español y portugués) no fue una sociedad de castas formada por grupos cerrados y endógamos, ni una sociedad basada en las diferencias de posición social, ni una sociedad de clases según un criterio económico dominante, sino que fue una compleja combinación de estas fórmulas»2.
Como decíamos anteriormente, el mestizo se había vuelto uno de los grupos sociales más grandes de toda Hispanoamérica: directa e indirectamente. En el primer caso, como aquel grupo desamparado de sus raíces o de sus grupos más directos, indio o español, y en el segundo caso, como aquel grupo que estaba integrado entre indios y españoles. El segundo caso fue el que primó en los primeros años de la conquista, puesto que el metizo era criado en el grupo familiar del padre o de la madre y se identificaba como español o indio, conviviendo con la república con la que éste se haya identificado según los usos y costumbres del grupo social y étnico. Las leyes castellanas, grueso del cuerpo legal de las Indias, aplicaban claramente a dos grupos: españoles e indios, conquistadores y conquistados. El primero integraba al segundo desde la castellanidad y romanidad, desde la universalidad de lo imperial. Esto fue lo que generó el surgimiento de una nueva civilización imperial, barroca y católica. En pocas palabras, lo que el profesor Ayuso describía como una «Cristiandad menor y de reserva»3.
Como ha dicho Gonzalbo, «entre ambos grupos [indios y españoles] surgió muy pronto un nuevo elemento que compartía características de ambos, pero que era muy diferente por su condición social: los mestizos», puesto que «entre las masas populares el matrimonio no se consideraba imprescindible y la preocupación por la pureza de la sangre era inexistente, de modo que los hijos naturales eran numerosos y el surtido de posibles mezclas casi inagotable»4. Cuando el mestizo era producto de una relación ilegítima, desaprobada ante los ojos de la Iglesia y de la sociedad, «el nombre de mestizo era un estigma que marcaba a cuantos no podían acreditar una limpia ascendencia debidamente documentada»5.
En la Nueva España comenzaron a erigirse colegios para regir a los mestizos que vivían en el abandono, la exclusión y la mendicidad. Originalmente la idea de llevarlos por una vida cristiana, como se pretendió con el indio recién conquistado, salió mal. Como política de control social, «se convirtió en un inevitable fracaso, puesto que los 50, 100 o 500 mestizos de los primeros años pronto pasaron a ser 1000, 5000 o 10 000, en progresivo e imparable crecimiento que llegaría a convertir a este grupo en el segundo del virreinato»6. El problema comenzó a ser atacado desde un principio. La administración, en el reinado de los Austrias, trató de legislar de la forma más caritativa, cristiana y eficiente posible según las recomendaciones provenientes de las autoridades eclesiásticas locales. Siguiendo a Gonzalbo, «[…] no sólo se consideró el problema particular de los mestizos, sino que se aplicaron y adaptaron normas vigentes en el reino de Castilla, donde, por supuesto, no existía mestizaje, pero sí abandono de infantes y miseria urbana»7.
No obstante, esta política caritativa comenzó a cambiar durante el reinado del españolísimo Felipe II, ya que se les dejó de ver como víctimas y se les comenzó a ver como elementos muy bajos y peligrosos socialmente hablando. De acuerdo a la profesora Gonzalbo, «para esta fecha [1557] se había producido un cambio de actitud hacia los mestizos, que ya no eran vistos como las inocentes víctimas de pecados ajenos, sino como la potencial amenaza que se cernía sobre una sociedad rigurosamente ordenada, pero frágil por sus profundas desigualdades»8.
Había dos destinos posibles para los mestizos: «los nacidos de madre ricamente dotada, con tierras y servidores, serían fácilmente reconocidos por el padre, que no tendría inconveniente en legalizar su situación mediante el matrimonio. Para estos pequeños se abrirían las escuelas particulares y los colegios de las órdenes regulares, la Real Universidad y el ejercicio del comercio o la burocracia virreinal» y «para quienes eran fruto de relaciones extraconyugales y de madre macehual no había mejor suerte que la de tantos y tantos vagabundos callejeros, sin hogar ni familia, sin oficio ni instrucción alguna»9. Siempre existía la posibilida de que un expósito fuera tomado por una familia determinada o de que éste fuera registrado de una manera concreta, de acuerdo a ciertos rasgos: «su inscripción
en el registro parroquial se haría de acuerdo con los rasgos físicos aparentes o con alguna nota o señal de identificación encontrada entre sus ropas: “al parecer español”, “envuelto en ropas finas, que denotan su alto origen” o “ acompañado de un papel que declara ser sus padres españoles” , etc.»10.
Como toda comunidad política preestatal en la que habían dificultades administrativas, en la que en realidad había una organización más patrimonial que administrativa (al menos hasta la época borbónica, cuando avanzaron con los primeros grandes cambios de corte estatalista que ya venían planteándose desde Felipe IV y Carlos II), los trámites para las dispensas de legitimidad eran lentos y complicados, lo que generaba consecuencias tales como «falsificación de antecedentes, ambigüedad en las declaraciones y la presentación de testigos dispuestos a dar fe de cuanto se les pidiera» o incluso había situaciones donde para acceder a las universidades «alegaban orfandad desde la más tierna infancia, que les impedía recuperar el rastro de sus antecedentes familiares; quienes procedían de lugares tan alejados que no podían regresar en busca de los documentos solicitados; quienes presentaban testigos que aseguraban haber conocido a alguno de los progenitores antepasados en fecha más o menos remota; y aun había quienes comparecían con la familia que los crió como propios, que los llamaba hijos y los asistía en sus necesidades, pero que no dudaba en informar sobre novelescas circunstancias en el hallazgo y adopción del infante, para librarlo de la supuesta contaminación de sangre negra o de una situación familiar irregular»11 .
A modo de conclusión, dice la profesora Gonzalbo: «Los mestizos fueron otra realidad extraña al primitivo proyecto de sociedad planeado por las autoridades religiosas y civiles. Con los mestizos se rompió el simple esquema de las dos repúblicas, de indios y de españoles, y el ideal educativo que ofrecía evangelización a los infieles y cultura humanista a los criollos […] De la ilusión de una comunidad instruida se descendió a la resignación ante una abigarrada multitud, a la que había que controlar y para la que era imprescindible encontrar un lugar adecuado. Ya no se trataba de darle estudios superiores ni aun medios, sino tan sólo de condicionarla para la obediencia y el respeto a la autoridad»12.
El indio y su relación con el mestizaje
El indio fue protegido por la administración contra la injusticia de algunos conquistadores y funcionarios pero la propia imperfección de la administración colonial, y la insuficiencia colonial, llevó a que siguiera viéndose afectado por poblaciones que también crecieron producto de la nueva forma de vida española en el continente. El mestizo (ahora en una proporción más amplia), como el negro o el mulato, fueron un peligro para el indio porque lo corrompían o, en el plano étnico, comenzaban a borrarlo porque ya no parecía haber diferencias entre las castas porque se mezclaban. Por otro lado, mestizos y mulatos, si no estaban amparados bajo un hogar cristiano, seguían formas de vida libertinas y cuestionables. Siguiendo a Brading, «Jerónimo de Mendieta (1525-1604), se ponía el manto del profeta Jeremías y lamentaba la caída de la nueva Jerusalén: la ciudad de México se convertía ahora en otra Babilonia, y sus habitantes naturales habían sido arrojados al cautiverio. Para 1596, cuando completó su Historia eclesiástica indiana, mulatos y mestizos, en números crecientes, competían con los españoles abusando de los indios, y activamente corrompiendo lo que no explotaban. Para entonces, concluía, la
población india de la Nueva España apenas alcanzaba una octava parte de su número
anterior a la Conquista. En las periódicas incursiones de epidemias, principal causa de este radical declinar, Mendieta discernía ahora la mano de la misericordia divina, que
liberaba a los infortunados naturales de nuevos abusos»13. Bien es cierto que la introducción del esclavo africano a las Indias atendió a suavizar la vida del indio, y a mejorar los niveles de vida locales y la producción ante un indio que no rendía, pero como llegó a reflexionar Bunge, «¡Cuan funesta idea la del buen fraile [Las Casas]. Porque, si bien es cierto que la trata de negros aumentó la general riqueza, legóse con ella, para el futuro, a Hispano-América, un mestizaje más; a la América inglesa, el doloroso problema negro... y todo sin mejorar notablemente la situación de los indios»14.
El indio, que fue el aprendiz predilecto del misionero español, comenzó a degenerarse a medida de que otros elementos sociales promovían esa degeneración con formas de vida muy bajas. Por ejemplo, el alcoholismo resulta ser uno de estos vicios: «mientras antes de la Conquista la embriaguez había sido severamente castigada o bien restringida a ocasiones ceremoniales, tras la llegada de los españoles los indios se volvieron adictos al consumo del pulque jugo fermentado de maguey, con todos los vicios concomitantes de promiscuidad y violencia», aunado a que «perdieron su anterior celo por la práctica religiosa, y dejaron de acudir a las iglesias como lo habían hecho en los primeros años tras su conversión», ya que «parte del problema se debió a la decadencia de la élite india, pues con la pérdida de tierras y el derecho a la leva de trabajo como tributo, los nobles quedaron reducidos a la condición de comunes, obligados a trabajar los campos para ganarse la subsistencia. Asimismo, muchos indios contrajeron la manía de litigar y consumieron su patrimonio en mezquinas disputas sobre tierras»15.
Guamán Poma también escribe una crónica que permite revelar determinados aspectos de la sociedad peruana. Se puede ver crítico a los excesos de la conquista pero, a la vez, denota un gran celo católico, humanista y una devoción inigualable al monarca español16. Véase que «por todo el texto [la crónica] corre una preocupación casi obsesiva por la explotación sexual de las indias por los españoles. Las propensiones de los conquistadores a este respecto están bien documentadas en otras fuentes, las cuales atestiguan que ni siquiera las esposas e hijas de los principales incas estaban a salvo de ser violadas. Pero Guaman Poma afirmó que las indias que eran enviadas a las casas de los corregidores y los encomenderos, a trabajar como sirvientas o a tejer telas, eran igualmente víctimas. Un problema muy similar ocurría en los tambos, posadas de los caminos, en que los viajeros españoles a menudo apaleaban a los indios encargados de su mantenimiento y atacaban a sus mujeres. En cuanto a los clérigos, Guaman Poma los pinta como auténticos sátiros, que a veces tenían verdaderos harenes de indias, con quienes engendraban hijos ilegítimos. Bajo pretexto de instrucción en la doctrina o de tejer tela, los párrocos llamaban a las mujeres del lugar a sus residencias sólo para corromperlas. Por último, hasta los esclavos negros a menudo ayudaban a sus amos españoles en el maltrato y abuso a los indios»17.
No es de extrañar que el mestizaje creciera a expensas de una población vencida durante los primeros años de la conquista. No obstante, hay que admitir que aunque la conquista fue de cuño católico e hispánico (estemos de acuerdo en que son valores universales), varios Reinos de las Indias prescindieron en el plano institucional de las identidades étnicas y esto es lo que señala Juan Felipe Tudela según lo que viene a ser el ideario de Garcilaso de la Vega: «un Perú tripartito de indios, mestizos y criollos, cada uno con su forma propia. No hay una identidad nacional “india” o “mestiza” o “hispánica” exclusiva la una de la otra»18. La opinión del profesor Altuve-Febres es que esta idea tripartida jamás llegó a concretarse por la diversidad de las castas y por la temprana forma de las dos repúblicas, ideal escolástico. Otra cosa puede ser la prepoderancia de los elementos genéticos o étnicos en la población mestiza. Al final, ese mestizaje homogéneo y centralizador es obra del nacionalismo. La población mestiza siguió creciendo aún durante el surgimiento de las repúblicas porque, como es sabido, la homogenización propuesta por el modelo jacobino de ciudadanía llevó a que no hubiera distinciones étnicas en el plano legal, sino que se hablara de mexicanos, peruanos, venezolanos, etcétera. Una población india desmoralizada creó vicios o, como ha dicho Bunge, una melancolía típica del vencido, en el que el indio era en ocasiones un cuerpo sin alma.
Sigue el autor describiendo el relato de Guamán Poma en los siguientes términos: «el resultado inevitable de esta omnipresente opresión fue la profunda desmoralización del indio peruano, desmoralización que se expresó en un nuevo vicio: la adicción al alcohol. Guaman Poma estaba consciente de que en los Andes los ritos de la religión popular siempre habían sido acompañados por un generoso consumo de chicha, y en realidad afirmó que la embriaguez era, habitualmente, ocasión de la idolatría: tan íntima así era su asociación con la religión aborigen. Pero mientras los incas habían castigado severamente la embriaguez, ahora ésta se había convertido en regla, tanto de caciques como de plebeyos. Los efectos de esta desmoralización eran bien claros»19. Es de esperar que un pueblo conquistado, con una idiosincrasia completamente distinta, no pudiera adecuarse a las nuevas formas de producción, trabajo y al nuevo modelo de sociedad. Los cambios constantes desviaron a la población conquistada y los excesos, como la pésima selección de funcionarios, comenzó a pudrir el fruto.
Los mitayos enviados a Potosí a menudo no volvían a su hogar. Muchos naturales preferían volverse yanaconas, término empleado por Guaman Poma para describir a aquellos indios que se volvían sirvientes de los españoles, frecuentemente adoptando el atuendo europeo, o que se asentaban en fincas españolas como trabajadores, gozando de la protección del terrateniente ante los magistrados provinciales. Asimismo, las muchas mujeres que habían sido corrompidas por los españoles a menudo se entregaban a la bebida: algunas se volvían simples prostitutas y otras se apareaban con mestizos, negros y españoles pobres, produciendo una casta igualmente numerosa de mestizos que, a su vez, buscaban mujeres aborígenes. Por tanto, no era de sorprender que la población aborigen del Perú estuviese desapareciendo con rapidez. En los distritos en que, en tiempos de los incas, habían florecido y se habían multiplicado 1.000 tributarios, a menudo sólo quedaban unos 100, languideciendo en la pobreza y la desesperanza20.
Pese a que esta crítica de Guamán Poma pudiera usarse contra el régimen social español, y su carácter aristocrático (sangre, privilegios, hidalguía, nobleza, etcétera), el cronista indio, que debemos insistir en que fue educado a la española usanza, defendía las instituciones y las fuertes barreras puestas a la muchedumbre, específicamente a aquella de origen ilegítimo. Esto, claro, no puede considerarse contrario a la defensa del pobre y del necesitado que, por naturaleza, un cristiano haría desde la caridad.
Pese a su preocupación por los pobres y los humildes, Guaman Poma adoptó una
actitud aristocrática, declarando que “el hombre haze la casta [...] cin buena sangre y cin letra, no se puede rregir ni governar la letra de Dios y leys destos reynos ni será obedecido ni rrespetado”. Sólo la clase a la que describe como los “caciques principales” era la de los gobernantes legítimos del Perú, recibían su autoridad de Dios y había sido confirmada por el Rey Católico, el Inca universal. En este contexto, observó que aunque Cristo “quizo ser pobre pero no quizo salir de jente baja sino de la casta de rreys [...]”, la casa real de Judea. Una vez más, el argumento general coincidía con su caso personal; pues Guaman Poma afirmaba ser descendiente de los Yarovilcas de Huánuco, los antiguos reyes de Chinchasuyo, que después de la conquista por los incas recibieron altos cargos21.
El grupo de los indios, que en principio generó escritores, poetas, cronistas y funcionarios, se sumió en la decadencia total, rivalizando con negros y mulatos. Un viajero del siglo XVIII describe a la capital de la Nueva España de esta manera: «pese a su experiencia de los lazzaroni de Nápoles, Gemelli Careri quedó horrorizado al ver las clases populares de la capital, caracterizó a los negros, y los mulatos como insolentes y amenazadores, y a los indios como indolentes y pisoteados. Ambos grupos se unían en la afición común al robo y a la bebida»22. También se ha descrito que los restos de la nobleza india, también llamada mexicana, se dedicaba a malgastar su fortuna como si fueran de las clases mas bajas y populares. En palabras de Brading: «la nobleza india prefería hoy consumir su fortuna en francachelas y otras fiestas, sin la menor consideración a las necesidades de la Iglesia. En realidad, todas las clases de la sociedad indígena estaban dominadas por la embriaguez, debida al consumo del pulque, jugo fermentado del maguey, vicio endémico que causaba constantes querellas, infidelidades, asesinatos y hasta idolatría. No había sido la peste sino el alcoholismo el que había causado la destrucción de la población india en México»23.
En fin, documentadas están las incontables penurias que pasaron los indios, la adopción de malas costumbres y vicios hasta que las consecuencias de esas penurias se volvieron su autodestrucción. Los conflictos étnicos fueron, como ya hemos demostrado, comunes y la introducción del esclavo africano, que luego evolucionó en el negro libre o en el mulato o pardo, influyó mucho en la reducción del indio. Como registra Konetzke, «los esclavos prófugos (negros cimarrones) constituían un peligro permanente para la vida y propiedad de los viajeros24. Ya en 1522 se habían fugado a los bosques, en la isla La Española, alrededor de 40 esclavos que cometieron diversos crímenes. En el istmo de Panamá, a través del cual se realizaba el tránsito de viajeros y el tráfico de mercaderías, los esclavos evadidos se habían convertido en un azote particularmente temible […] Los negros cometían muchos atropellos contra los indígenas americanos y raptaban a sus mujeres e hijas»25.
El fenómeno es muy complejo. Los criollos comenzaron a desprenderse de los indios, y de las demás castas, solicitando ellos a la Corona que se les repartieran las posiciones de poder y toda la administración. Incluso una visión estereotipada de la realidad americana, aunque con ápices de verdad, alimentará el guerracivilismo entre peninsulares y americanos debido a que a los criollos también se les hará estas mismas imputaciones. Como bien dice Pérez Vejo: «ejemplo paradigmático de esta recuperación de tópicos sobre la inferioridad americana es el informe del Consulado de Comerciantes de México a las Cortes de Cádiz, del 27 de mayo de 1811 […] el informe fue leído, con la oposición de los diputados americanos, en el debate sobre la igualdad de representación del 16 de septiembre de ese mismo año. En él, después de afirmaciones como que entre España y América había lo mismo en común que “entre una manada de monos gibones y una asociación o república de hombres urbanos”, o que la Nueva España “estaba poblada por cinco millones de entes borrachos”, se califica a los criollos de “viciosísimos”, “superficiales”, “alejados de la piedad cristiana y de las nociones políticas, morales y naturales del bien social”. Los calificativos para los no criollos son todavía peores, el indio es “asqueroso”, el mestizo “indecente” y el mulato “zafio”»26.
Horst Pietschmann, El Estado y su evolución al principio de la colonización española en América (México: Fondo de Cultura Económica, 1989), 222
Bartolomé Bennassar, La América Española y la América Portuguesa. Siglos XVI-XVIII (Madrid: Akal, 2001), 204
Miguel Ayuso, “La Hispanidad, hoy: de la historia a la prospectiva”, Verbo: Revista de formación cívica y de acción cultural, según el derecho natural y cristiano, n.º 479-480 (2009), 775
Pilar Gonzalbo Aizpuru, Historia de la educación en la época colonial. El mundo indígena (México: El Colegio de México, 2020), 197
Ibíd, 197
Ibíd, 198
Ibíd, 200
Ibíd, 201
Ibíd, 210-211
Ibíd, 211
Ibíd, 212
Ibíd, 244
David Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867 (México: Fondo de Cultura Económica, 2017), 135
Carlos Octavio Bunge, Nuestra América (Buenos Aires: Administración General, 1918), 118
Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, 137
Así reza este párrafo de David Brading: «Como lo ponen en claro los términos en que Guaman Poma hizo su acusación de las autoridades coloniales, su denuncia no entraña ningún rechazo del régimen español, y aún menos del cristianismo. Siendo joven, había servido como intérprete o ayudante de Cristóbal de Albornoz, visitador eclesiástico responsable de la supresión del movimiento Taki onquoy en Huamanga, movimiento nativista que había predicado el retorno a los antiguos dioses. En su texto, Guaman Poma siempre tuvo cuidado de condenar el culto de los huacas como idolatría». Ibíd, 188
Ibíd, 186
Fernán Altuve-Febres Lores, Los Reinos del Perú. Apuntes sobre la monarquía peruana (Lima: Dupla Editorial, 2001), 204
Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, 186
Ibíd, 187
Ibíd, 189-190
Ibíd, 431
Ibíd, 432
Brading también tiene algunas páginas sobre este fenómeno de negros huidos, basándose en el testimonio de Humboldt: «Los Llanos servían de refugio a bandidos, habitualmente mulatos y negros, “que asesinaban a los blancos que caían en sus manos”». Ibíd, 586
Richard Konetzke, Historia universal, t. XXII (México: Siglo XXI Editores, 1977), 73
Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (México: Memoria Crítica de México, 2019), 131-132