Nausicaä o los dos cuerpos del rey (I)
Unas breves anotaciones a una animación que pasa desapercibida
Kaze no Tani no Naushika o Nausicaä of the Valley of the Wind (1984) es una exitosa película animada del director Hayao Miyazaki. Explota temas tales como la escatología, el apocalipsis, la interacción entre el hombre y los animales brutos —planteando dilemas morales incluso cuando el mundo, en sí mismo, ya ha sufrido un gran cataclismo— y alguno que otro tópico de rasgos teológicos como la naturaleza caída del hombre. Es especialmente interesante el enfoque político que muestra, en el sentido de que hay remisiones —que el director no hizo, por supuesto— a los múltiples modos de la política y a las diversas teologías políticas, máxime si acudimos al pensamiento medieval.
Nausicaä muestra, sin quererlo, el paradigma político de los «dos cuerpos del rey». Como relata Kantorowicz, en Inglaterra hay ya un precedente en los informes de Edmund Plowden. Lo que Maitland considera una invención, un «lenguaje místico», sirve para definir los rasgos y atributos de los monarcas ingleses. Según el planteamiento anterior, el rey tiene un cuerpo natural en tanto persona mortal y otro cuerpo —el político— en su calidad de soberano, un cuerpo que es «invisible»1.
John Fortescue, citado en la obra de Kantorowicz, compara a la figura real con la de los ángeles y los espíritus.
El poder no consiste en cometer pecados, ni en hacer el mal ni en enfermedad o la vejez, ni en que el hombre padezca. Pues esta forma de poder proviene de la impotencia... Porque los ángeles y los santos espíritus, que no pecan, ni llegan a la vejez, ni enferman, ni padecen, tienen más poder que nosotros, que sufrimos por todas estas debilidades. Así, también, el poder del rey es mayor2.
La analogía surge a raíz de la naturaleza de los seres angélicos, ya que estos, como reconoce el Aquinate, conocen más las cosas de Dios y son más cercanos a Dios (c.57, a.1). En sus palabras: «en los ángeles hay libre albedrío […] en ellos es más sublime que en los hombres, puesto que es más sublime su entendimiento»3 (c. 59, a.3).
En el orden del universo encontramos que los seres superiores son más perfectos que los inferiores, y que lo contenido en los inferiores de forma defectuosa, parcial y múltiple, está en los superiores de forma eminente, unitaria y simple […] Entre todas las criaturas, los ángeles, son los más cercanos y semejantes a Dios4.
Esta noción de «vicario», «lugarteniente» o «ungido» podría tener su claro origen en las Escrituras, en la literatura bíblica del Antiguo Testamento5. Ahora bien, en el pensamiento medieval es ya común la idea de que el rey, o el príncipe, es un «representante de Dios» y que como tal, está sujeto a la ley divina y a la aplicación de la misma en torno a todos sus súbditos6. Es el predilecto para dar justicia, es la reproducción del Altísimo para sus súbditos7. Kantorowicz, en referencia a Plowden, admite que «los dos cuerpos del rey forman, por tanto, una unidad indivisible, conteniéndose cada uno en el otro. No obstante, es indudable la superioridad del cuerpo político sobre el cueipo natural»8.
El que el rey —y su degeneración, el tirano— sea comparado con los espíritus angélicos ya presupone que el rey es un «sirviente»9, la «lex anima», que ha de regir de acuerdo a los altísimos principios de la religión. Comparaciones de este tipo son comunes en la teología, razón por la cual Juan de Salisbury sugiere «the prince is a sort of image of divinity and the tyrant is an image of the strength of the Adversary and the depravity of Lucifer, for indeed he is imitated who desired to establish his throne to the north and to be like the Most High»10. Es decir, que «el Príncipe es una imagen de la Divinidad, y el Tirano es una imagen de Lucifer»11.
Hállase pues en las cosas naturales gobierno universal, y particular. El universal, según que todas las cosas se contienen debajo del gobierno de Dios; porque todas con su providencia las gobierna. Y el particular, que se halla en el hombre también, es muy semejante al gobierno divino, por lo cual el hombre es llamado, mundo menor, porque en el se halla la forma del gobierno universal porque así como todas las criaturas corporales, y todas las virtudes espirituales están debajo del gobierno divino: así los miembros del cuerpo , y las demás potencias del alma son regidas por la razón y así en esta manera se halla razón en el hombre como Dios en el mundo12.
En el contexto de Nausicaä, un mundo erosionado por vientos tóxicos y huestes de insectos que viven en un gran bosque, hay una serie de sociedades políticas —se podría pensar que la humanidad se ha reducido a tribus pero hay ciertos atisbos de lo político en la película animada— que actúan independientemente, otras incluso buscando la sujeción del resto —los torumekianos— para unificar lo que queda del valle y vencer, de forma definitiva, a los insectos que asolan al remanente de los hombres.
Los torumekianos parecen plasmar mucho más la idea de un «imperio»13 aunque esencialmente puedan valerse de métodos tiránicos, como queda patente en la ocupación del Valle del Viento —el pequeño y pacífico reino que heredaría la joven Nausicaä cuando los torumekianos terminan por acabar con la vida de su padre, el rey—y con la guerra que dirigen a otras pequeñas ciudades o entidades políticas con el fin de subyugarlas. El Valle del Viento, por su lado, es una pequeña monarquía donde los lazos comunitarios y los cuerpos intermedios de la sociedad resaltan de una manera positiva.
Tienen, a diferencia de las otras ciudades o entidades políticas conocidas, un fuerte sentido religioso y mesiánico. Las tradiciones desempeñan un papel importantísimo en el Valle, habiendo una clara unión que recuerda a la del Trono y el Altar, pues la anciana «sacerdotisa» del Valle —Obaba— es claramente la segunda figura con más autoridad del Valle14. Pero claro, en este punto vemos que no hay un sacerdocio organizado sino una figura natural, una sóla persona, que es depositaria de la autoridad espiritual. En este punto, la relación religiosa parece mucho más tribal.
Obaba tiene la confianza de su rey, brinda consejo y en los tiempos duros, defiende la dignidad real, incluso cuando el pueblo del Valle ha perdido a su rey. La anciana reprende a los torumekianos, incluso los invita a «matar a una anciana» denotando el claro despotismo de sus enemigos. Reconoce la diferencia política entre la monarquía y la tiranía; no reconoce el gobierno de ocupación, rechaza la anexión torumekiana y llama a la rebelión abierta, al modo del tiranicidio15.
Los torumekianos han cometido la infamia máxima: asesinan al rey del Valle, son extranjeros, irrespetan las libertades fundamentales de los súbditos del Valle y pisotean las costumbres religiosas. Es una evidente tiranía. El Aquinate podría hablar por medio de la anciana Obaba cuando decide oponerse a los nuevos conquistadores: «efectivamente, los infieles, debido a su infidelidad, merecen perder su autoridad sobre los fieles, que han sido elevados a hijos de Dios» (q.10, a.10)16. En su Tratado del gobierno de los príncipes, el Doctor Angélico recuerda que «el Rey, que juzga á los pobres conforme á la justicia, será confirmado su trono para siempre pero el dominio del Tirano no puede durar mucho, porque es odioso á todos, y no puede conservarse largo tiempo, lo que repugna al deseo de muchos»17. A su vez, menciona que «el Rey, que el oficio que tiene, es ser en su Reyno como el alma en el cuerpo, y como Dios en todo el mundo»18.
En cambio, Nausicaä llama a la moderación y a la colaboración pero no en el caso de una traición, de dar la espalda a su reino, sino porque desea salvaguardar el patrimonio corpóreo del reino, la integridad del mismo: la salud de sus súbditos. Evita el derramamiento de sangre y el reino le sigue, pues así siguen al rey; ya que la princesa pasa a ser reina —Nausicaä, la deseada—. La joven princesa se ofrece como rehén para viajar con Kushana y los torumekianos, un grupo de súbditos se ofrece para viajar con ella como escolta y como hipotético tributo. El resto del reino queda sometido por los torumekianos mientras su princesa es rehén de los ocupantes.
El aspecto más resaltante de este «secuestro», del tributo del Valle a Torumekia, es que el reino, por amor y fervor monárquico, decide alzarse contra sus ocupantes y tomar las riendas del Valle cuando mira que éste prontamente va a ser exterminado por la amenaza de los insectos. La joven princesa está fuera del Valle y toda la república, por decirlo de una manera, se levanta en armas para preservar la dignidad real y la majestad de la persona regia, aún en su ausencia. Sin ningún acto jurídico, más allá de la propia costumbre y del amor por las libertades tradicionales, el pueblo del Valle empieza su resistencia contra una fuerza de ocupación superior. El pueblo desamparado se rehúsa a perder su reino, a perecer ante la tiranía enemiga, y emprende la lucha guerrillera19.
No obstante, el conflicto entre el Valle, Torumekia, Pejite y otras de las entidades políticas de la jungla tóxica, por darle nombre a todo el yermo abandonado donde pueblan las ciudades y los reinos, no puede entenderse desde la perspectiva del conflicto moderno, desde lo que concebimos como la guerra moderna. No porque estemos ante un mundo de fantasía sino porque, en gran medida, esta sociedad postapocalíptica ha retrocedido a estadios previos a la estatalidad. La forma de guerra practicada podría recordarnos al concepto de guerra agonística que explica el jurista español Álvaro d’Ors.
La guerra agonística corresponde a una mentalidad que tiende a ver en la guerra un “duelo” —duellum es una forma arcaica de bellum—, por el que se somete un conflicto entre pueblos al juicio divino. A esa mentalidad corresponde también el duelo medieval entre “caballeros”. Los romanos, aunque hacían la guerra con los auspicios favorables de la divinidad, perdieron pronto esta idea primitiva de lucha entre héroes individuales como representantes de sus respectivas ciudades o pueblos. Con todo, también el derecho de guerra de la Edad Moderna conservó esta idea de lucha agonística, no ya entre héroes representativos, sino entre reyes, es decir, entre sus ejércitos, afectando lo mínimo a las poblaciones civiles20.
La princesa resulta indispensable no solo para la salvación del Valle, sino para la salvación de todo el mundo conocido y lograr una suerte de armonía entre el mundo salvaje, compuesto por los insectos y la nociva vegetación, y lo que queda del género humano. Evita que los humanos vuelvan a tomar el terrible destino que llevó al pequeño apocalipsis, por así decirlo, que los redujo al más vacuo tribalismo y a la contaminación absoluta del ecosistema.
Los torumekianos ansiaban usar a los dioses guerreros para acabar con la amenaza de los insectos, aquellas viejas armas biotecnológicas que acabaron con la Tierra. Sin embargo, la lección que deja la princesa y el Valle en general es que ellos, más allá de su corta esperanza de vida, habían logrado ser autónomos, sustentables y coexistir con los insectos. Al final, la función de los ohmu era purificar toda la contaminación, evitar el exterminio de otras especies y contener a los humanos. Los humanos no lograron entenderlo, ni el carácter no beligerante de los ohmu, para verse consumidos por la ira del ohmu cada vez que los humanos osaban cruzar sus límites.
El papel de la princesa puede resultar, en muchas ocasiones, mesiánico. En la animación, los habitantes del Valle, al borde de la muerte ante la estampida de los ohmu, logran ver a la noble muchacha evitar aquella estampida y, de alguna manera, «hacerse una» con el ecosistema y los ohmu. Indirectamente, ven al «enviado de los Cielos». La princesa logra «vencer la muerte» cuando los ohmu se apiadan de ella, pues ella se ha «arrepentido» en nombre de los hombres y, de algún modo ha dado redención a los suyos por medio de aquel acto21. Sus compatriotas no fueron exterminados a raíz de que ella, mediante su sacrificio, parara la oleada de ohmu. Obaba exige a sus acompañantes que le digan lo que están presenciando y ella, a pesar de no ver por su ceguera, logra «ver» porque cree y está convencida. Ante la anciana está el cumplimiento de la profecía.
Ernst H. Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval (Madrid: Akal, 2012), 41.
Ibíd., 42.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, 5 vols. (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001), I, 556.
Ibíd., 537-538.
Basta acudir al historiador de la religión Mircea Eliade para observar detenidamente la cuestión de la monarquía en el Antiguo Testamento. Según lo que comenta en su magno tratado sobre las religiones, «la monarquía fue considerada desde el primer momento como agradable a Yahvé. Después de ser ungido por Samuel, Saúl recibió el “espíritu de Yahvé” (1 Sm 10,6). El rey, en efecto, era el “ungido” (mašíaḥ) de Dios (1 Sm 24,7-11; 26,9-11.16-23; etc.); era adoptado por Yahvé y en cierto sentido se convertía en hijo suyo: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sm 7,14). Pero el rey no ha sido engendrado por Yahvé, únicamente es conocido, “legitimado” por una declaración especial' Yahvé le otorga el dominio universal (Sal 72,8) y el rey se sienta en su trono al lado de Dios (Sal 110,1-5; x Cr 28,5; 29,23; etc.). El soberano representa a Yahvé; en consecuencia, pertenece a la esfera divina». Historia de las creencias y las ideas religiosas, 3 vols. (Barcelona: Paidós, 1999), I, 427-428.
Manuel García-Pelayo dice lo siguiente: «ahora bien, el sacramento fue definido por San Agustín como “el signo visible de las cosas invisibles”, y en todo caso es un símbolo a través del cual Jesucristo opera su gracia siempre que sea administrado por quien tenga poder para dispensarlo y se acompañe del debido rito. Desde el punto de vista político, la unción regia fue considerada hasta el siglo XII como un sacramento y, más tarde, como un cuasi-sacramento». Mitos y símbolos políticos (Madrid: Taurus, 1964), 186-187.
El período monárquico de Roma es ilustrativo en este sentido, pues también el rey tenía esa condición de ungido; era el pontífice. De acuerdo a Eliade, «durante la monarquía, el rey detentaba el primer puesto en la jerarquía sacerdotal: era rex sacrorum (“rey de lo sagrado”)». Historia de las creencias y las ideas religiosas, II, 148.
Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey, 43.
Santo Tomás de Aquino afirma: «pues el honor y la gloria del mundo no es suficiente premio de la solicitud Real, quédanos por saber, lo que lo es. Es pues conveniente, que el Rey espere el premio de la mano de Dios, porque el ministro espera de Dios el premio de su oficio, y el Rey, gobernando el pueblo, es ministro de Dios: pues dice el Apóstol á los Romanos: Que toda potestad viene del Señor Dios , y que es ministro que castiga ayrado, al que hace mal: y en el libro de la Sabiduría se ponen los Reyes por ministros de Dios, y así de su mano deben los Reyes esperar el premio por el buen gobierno». Tratado del gobierno de los príncipes (Madrid: Imprenta de Benito Cano, 1786), 22.
John of Salisbury, Policraticus: of the frivolities of courtiers and the footprints of philosophers (New York: Cambridge University Press, 1992), 191.
Álvaro d’Ors, Ensayos de teoría política (Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1979), 177.
Aquino, Tratado de gobierno de los príncipes, 35.
La forma política de Torumekia, según la información que logra brindar el manga, es la imperial y tiene, de hecho, un emperador. El rey de Torumekia se denomina emperador y es el padrastro de la princesa Kushana, que es la responsable de la ocupación del Valle del Viento. Todo el imperio torumekio se extiende por todo el este del Mar de corrupción.
Obaba ejemplifica aquello que dice Eliade sobre los «secretos del oficio». Entiéndase esto como una «fuerza mágica», tan típica de la mitología arcaica de los pueblos gentiles. El dominio del fuego es parte de esa estructura mítica y no solo lo vemos con Obaba, en tanto sacerdotisa, sino con la sociedad del Valle en general. Tomando lo dicho por el autor: «todas las técnicas tienen su origen y su apoyo en el “dominio del fuego”, prestigio compartido por los chamanes y los magos antes de convertirse en el “secreto” de los alfareros, los metalúrgicos y los herreros». Historia de las creencias y las ideas religiosas, I, 345.
La máxima de Salisbury, tal como denomina al capítulo 20 de su obra, reza lo siguiente: «that by the authority o f the divine book it is lawful and glorious to kill public tyrants, so long as the murderer is not obligated to the tyrant by fealty nor otherwise lets justice or honour slip». Polycraticus, 206.
Aquino, Suma de Teología, III, 120.
Aquino, Tratado del gobierno de los príncipes, 30.
Ibíd., 36.
Los pueblos que valoran sus libertades forales, comunales y municipales son los primeros en rebelarse contra la injusticia del opresor. Si el rey que ha sido justo con sus súbditos mediante privilegios y concesiones es secuestrado, o depuesto, el pueblo se alzará. Si es el rey el que se ha convertido en tirano, el pueblo reaccionará. En la España histórica, por poner de relieve a una de las naciones más libres y medievales de la historia, «la insurrección era también una forma de protesta constitucional, según el modelo tradicional de la monarquía hispánica». John H. Elliott, Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América [1492-1830] (Barcelona: Penguin Random House, 2017), 576.
Álvaro d’Ors, Bien común y enemigo público (Madrid: Marcial Pons, 2002), 68.
Miyazaki no es un cristiano confeso pero es reseñable su evolución espiritual a lo largo de su trayectoria como director. Es perfectamente claro que en la animación, y en el manga, hay referencias notorias al cristianismo. Al final, el triunfo de la princesa puede recordarnos al triunfo de la cruz y de la religión verdadera. Es la redención del hombre, no la victoria de la acusación. Cuando el hombre entiende la naturaleza de lo que le rodea, finalmente logra conseguir la paz y aceptar el noble mensaje de la princesa, mensaje manifestado en su sacrificio. Hay claros momentos en la animación que remiten a la cristología. Ésta parte en concreto no hace más que recordarnos lo que dice Girard respecto a la cruz y al acto salvífico de Cristo: «la Cruz hace triunfar la verdad, puesto que, en los relatos evangélicos, se revela la falsedad de la acusación, se revela la impostura de Satán, lo que es lo mismo que decir la impostura de los principados y potestades, para siempre desacreditada en la estela de la crucifixión. Se rehabilita así a todas las víctimas del mismo tipo […] El general victorioso es aquí Cristo, y su victoria es la Cruz. Aquello sobre lo que el cristianismo triunfa es la organización pagana del mundo». Vi a Satan caer como un relámpago (Barcelona: Editorial Anagrama, 2002), 180-181.