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Nos dice Oliveira Martins en su Historia de la Civilización Ibérica lo siguiente: "Hemos indicado ya la clase de influencia ejercida sobre las poblaciones indígenas por los invasores indo-europeos, o, particularizando más, por los romanos que constituyeron a su manera la sociedad peninsular. Ya dijimos que a esa circunstancia debemos, no sólo el carácter europeo de nuestra civilización, sino su existencia. De otra manera, hubiéramos quedado haciendo la vida de tribu como las poblaciones kabilas; en el lugar del clero tendríamos marabús, y en vez de los audaces capitanes españoles, berberiscos montados en sus delgados y veloces caballos ocupados en las guerras de tribu como las del Atlas. Esto es lo que autorizan a suponer los vestigios que aún existen en las costumbres y usos de las poblaciones peninsulares [...]. La vida de la aldea kabila observada en la aldea española, la vida de tribu, encontrada en los casos espontáneos de la historia peninsular, ¿no serán, quizás, la especie particular de un fenómeno general? El estado de tribu, la vida de aldea, son comunes a todas las razas en un determinado momento etnométrico y preceden en todo al establecimiento de las instituciones centralizadoras de los primeros imperios —asirios, persas, romanos—. Pero, en cada raza, las formas evolutivas de la agregación social, esencialmente idénticas, dan de sí productos morales distintos que las caracterizan. Pues bien; lo que aún hoy caracteriza al berberisco, es el mismo sentimiento que todo observador perspicaz encontrará como facultad inicial del carácter español: el valor, la independencia". El particularismo o individualismo propio del español es algo que lo trae consigo desde la formación misma del pueblo íbero, y, que a través de la evolución orgánica, mantiene hasta el día de hoy.

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